Argentina: el racismo que trasciende la grieta

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Lo más probable es que, después de leer el final de este párrafo, sientas el deseo de dejar de leer este artículo si es que el título no lo logró antes. Sin embargo, te invito a no hacerlo, porque a veces las ideas que nos provocan un rechazo inmediato no son las peores, sino las que pueden abrirnos a expandir los límites de nuestras propias concepciones y, eventualmente, diseñar soluciones que de otra manera no hubiéramos podido imaginar.  El final de este párrafo es el siguiente: Argentina es un país racista.

Los dichos del presidente durante su encuentro con el primer ministro español suscitaron el reproche de múltiples actores y organizaciones y produjeron una interminable serie de memes. Pero lo cierto es que los dichos del presidente no hacen más que reflejar una idea muy arraigada en la Argentina: la de una sociedad puramente europea que se distingue de modo positivo del resto de América Latina. Basta tan solo viajar por la región para percibir que ese es el modo en que otros latinoamericanos nos ven: como un país que se cree superior como consecuencia de su origen europeo.

Que Argentina sea un país racista no implica que todos los argentinos sean racistas. Por el contrario, implica que el racismo está arraigado en las instituciones y se reproduce de manera silenciosa de generación en generación. Por eso, el racismo trasciende a la grieta que hoy parece devorar casi todo. Las naciones, esas comunidades imaginadas, se construyen en base a narrativas que nos dicen quiénes somos y, a veces, hacia dónde vamos. Las narrativas no tienen que ser necesariamente reales, simplemente deben servir para crear un sentido de pertenencia lo suficientemente fuerte como para definir un «nosotros». En Argentina, esa narrativa, o una de ellas, es el mito de una nación blanca. Ese mito, que crea y reproduce nuestro racismo, se refleja en casi todas las instituciones, pero quiero detenerme aquí en algunos ejemplos.

Primero, el racismo es claramente inculcado en la escuela, donde se transmite una historia que enfatiza la oleada migratoria de finales del siglo XIX y principios del XX como casi la única referencia para la constitución de la sociedad actual. En el camino, se invisibiliza la enorme influencia de los afro-argentinos en la conformación de la nación y se minimiza la presencia de los pueblos originarios. Los ejemplos son múltiples, pero vale la pena destacar la total ausencia en el currículo de las escuelas del proceso de blanqueamiento que la Argentina atravesó. Suele mencionarse que la élite que construyó el Estado nacional tenía a Europa como el modelo cultural a seguir. Lo que se menciona mucho menos es el explícito proceso de “blanquear” a los descendientes de esclavos, que tan bien ha sido descrito recientemente por expertos como Erika Edwards en este mismo sitio.

El racismo en la escuela se refleja incluso en los actos patrios, donde la única representación de personas negras es como vendedores ambulantes, que parecen desaparecer por completo de la narrativa luego de ese momento. El sistema educativo continúa expandiendo la influencia del racismo institucional incluso en los niveles superiores de educación, donde la predominancia de autores de origen europeo es abrumadora y donde la preponderancia de otras culturas que han sido clave en la historia universal pasa casi desapercibida.

Segundo, el racismo se manifiesta también en la manera en que decidimos describir a nuestra propia sociedad. El censo nacional intenta caracterizar a la sociedad argentina pero también decide, en su diseño, qué características merecen ser descritas y cuáles no. La invisibilización de los pueblos originarios es, en muchos casos, incentivada por el Estado, por ejemplo, a través de la omisión de preguntas clave para definir la identidad de los pueblos. Por ejemplo, la diversidad lingüística en el país es totalmente desdeñada, a pesar del esfuerzo de múltiples organizaciones que pujan por la inclusión de una pregunta sobre las lenguas en el próximo Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas.

Tercero, nuestra Constitución Nacional, reformada en 1994, hoy sigue diciendo, en su artículo 25, que el “[g]obierno federal fomentará la inmigración europea”. Nuestra más importante norma consagra esa distinción racista. De allí para abajo, una plétora de normas formales e informales pone múltiples barreras al potencial de los individuos que no se ajustan al fenotipo europeo. La policía, las burocracias provinciales, el Poder Judicial, los servicios de salud y el acceso a servicios básicos suelen ser mucho más difíciles para quienes tienen rasgos no europeos. Cuando se analiza este fenómeno desde una perspectiva interseccional, se nota claramente que los obstáculos son aún mayores para aquellos que no solo se identifican con grupos minoritarios, sino que también se encuentran en situación de pobreza.

Quizás las terribles palabras emitidas por el presidente puedan ser también una buena excusa para traer a la agenda un tema que casi nunca adquiere notoriedad: el racismo en nuestro país. Comenzar a hablar de ello puede ser un primer paso para poder entender sus causas y consecuencias y, sobre todo, para tratar de desmembrarlo. A nadie le gusta leer que su país es racista, pero seguir ocultando una realidad que promueve la desigualdad es otra forma más de perpetuarla.

Como yo también fui educada en un sistema en el cual la cultura occidental y europea es asociada con la sofisticación, quiero terminar este artículo con una frase de un escritor europeo, David Herber Lawrence: “[e]s una cosa curiosa, pero las ideas de una generación se transforman en los instintos de la generación siguiente.”. Nuestra completa naturalización del racismo sistémico imperante en nuestro país fue alguna vez una política de estado. Quizás, comenzar a debatir estos temas abiertamente haga que la próxima generación tenga grabado en sus instintos la importancia de promover un país más justo e inclusivo para todos. 

 


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Florencia Barleni

Florencia Barleni es investigadora independiente en el ámbito de las ciencias sociales. Se interesa por temas como el desarrollo económico, la influencia de las ideas en los procesos históricos y el rol de las instituciones en los procesos de toma de decisiones

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