El rol de la ciencia y los discursos en la lucha por la justicia socioambiental

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Eppur… Si muove![1]

Todo grupo de poder que busque mantenerse en un lugar de hegemonía debe competir por la hegemonía cultural. Es decir, intentar controlar las formas en que se produce y reproduce conocimiento, el arte, el lenguaje, en pos de imponer la propia visión del mundo como universal. No es de extrañar, entonces, la frecuencia con la que las comunidades científicas (ya sea sociales como naturales) se han visto sometidas a censura por parte de los gobiernos a lo largo de la historia. La revolución copernicana, con el descubrimiento del heliocentrismo, es un claro ejemplo de cómo los hallazgos científicos pueden deslegitimar instituciones, quebrantar imperios y cuestionar construcciones de verdades. Es precisamente el poder de los hallazgos científicos lo que llevó a la inquisición a perseguir a Galileo Galilei. Lo que me interesa, y el centro de la cuestión, es que para la Inquisición no importaba si los descubrimientos eran reales o no: lo importante era que al asumir la veracidad de esos enunciados, quedaba deslegitimado todo el sistema de dominación construido por la Iglesia Católica.

Afortunadamente, desde el siglo XVII se impusieron nociones como la libertad de expresión, que previenen desenlaces trágicos ante descubrimientos científicos de magnitud revolucionaria[2]. Sin embargo, hay otras fuerzas en pie -principalmente económicas- encargadas de preservar el status-quo. Estas fuerzas utilizan las redes sociales y otros medios de comunicación para relativizar los enunciados científicos y cuestionar aquello que tiene consenso dentro de la comunidad científica. ¿Cómo podemos hacer desde el ambientalismo para comunicar la importancia de movilizarse por la crisis climática? Como movimiento, tenemos que encontrar la forma de interpelar, despertar el deseo de activar y crear un mundo mejor. ¿Y cómo se hace esto? Hay muchas formas, claro está. Hoy nos vamos a enfocar en los discursos, en el rol del lenguaje y las construcciones de verdad. Empezar a pensar cómo pasar, al fin y al cabo, de la protesta a la propuesta.

Las verdades se construyen

La función principal del lenguaje es comunicar, permitir la interacción entre individuos. Los conceptos que usamos para nombrar las cosas son formas que tenemos de homologar, es decir, unir experiencias singulares y heterogéneas bajo una misma palabra, al fin de poder relacionarnos. Es como un pacto imaginario entre los miembros de un grupo, en que acuerdan que ese coso verde en el piso se va a llamar “pasto”, y los cosos coloridos que crecen son “flores”.

Partiendo de que el lenguaje, y por lo tanto las “verdades”, son un invento, Nietzsche[3] afirmó que toda verdad es parte de un contexto histórico y social. Las verdades, siendo enunciados desde los que partimos para construir la vida en común, son las que determinan nuestro vínculo entre nosotrxs y nuestro entorno. El lenguaje es uno de los instrumentos más poderosos que tiene el ser humano: puede construir imperios, ampliar derechos, marginar grupos, incitar amor y odio. Crea realidades. Por lo tanto, tenemos que plantearnos cómo utilizarlo para construir sentido común.

¿Cómo se producen y reproducen estas verdades? Mediante la ideología. La ideología se encuentra en la superestructura[4] y, a través de los aparatos ideológicos, el Estado logra reproducir en toda la sociedad la ideología de la clase dominante. Vamos a traducir esto. La educación, la familia, los medios de comunicación, son todas herramientas con las que cuenta el Estado para impartir un determinado discurso, entendiéndolo no como la práctica de habla, sino como el conjunto de verdades compartidas que se desean impartir y generalizar en la sociedad.  Entonces, a fin de cuentas, el campo de batalla en la política no son (sólo) los puestos gubernamentales, sino las creencias de la gente. Éstas tienen que ser la inspiración para el accionar político y, a la vez, ser el fin último de la práctica política.

La lucha por el sentido común

El socio-ambientalismo se enfrenta a un gran desafío: el de contrarrestar las tendencias negacionistas y polarizantes impulsadas por ciertos grupos. En la era de las redes sociales y de la hiper-comunicatividad, se presenta el problema de cómo canalizar el descontento de la sociedad ante un contexto económico, político y social en ebullición, y evitar que giren hacia discursos polarizantes extremos en la búsqueda de pertenencia y seguridad. Las redes sociales, por las características de los algoritmos y la posibilidad de personalizar el consumo que hacemos de ellas, favorecen la atomización de la sociedad y el aislamiento de los individuos en tribus que comparten sus ideas, intereses, teorías, etc. El problema yace en que estas tribus no sólo se aíslan del resto, creando así una sensación de “nosotros” vs “ellos”, sino que esta fragmentación y selección de la información recibida termina por poner en tela de juicio lo que constituyen “hechos” científicos de la realidad.  “Si nos aislamos en distintas tribus y cada una se basa en un conjunto diferente de «hechos», tenemos algo nuevo: la posibilidad de un debate desaparece porque no hay de qué hablar (…) al confundir hechos con opiniones, la conversación empieza a ser sobre discursos, porque son lo único que hay”. Partiendo de esto, la ciencia debe poder reflexionar sobre sí misma, cuestionar sus formas de comunicación del conocimiento producido de forma tal que logre imponerse por sobre otras “verdades” construidas en base a enunciados polémicos que buscan relativizar la ciencia.

La relativización de los enunciados científicos por parte de grupos dominantes (ya sea políticos como económicos) cumple la función de perpetuar su ideología en la superestructura: si aceptaran públicamente que los enunciados científicos son reales, ignorarlos adquiriría una carga moral, mientras que incorporarlos a las políticas públicas generaría contradicciones como las que surgen entre el extractivismo y el fomento del hiperconsumo y el cuestionamiento a los modos de producción y las pautas de consumo del ambientalismo. Permitir que se esparzan ideas como que el cambio climático antropogénico no existe y que la magnitud de los incendios en humedales vivida en los últimos años es “normal”, les da a los grupos de poder un mayor margen de maniobra y capacidad de tomar decisiones impopulares en torno a estas cuestiones.

La comunidad científica no se encuentra exenta de responsabilidad. La forma en que producimos y reproducimos conocimiento científico está puesta al servicio de determinadas pretensiones de verdad, para la perpetuación de una determinada ideología. Una ciencia que se pretenda situar fuera de su contexto de producción y sin miras a una aplicación práctica no puede sino sostener esa realidad que observa y analiza. La ciencia debe poder ajustar sus enunciados e ir más allá de la observación, presentándose propuestas de cambio.

El discurso como herramienta de cambio

Los descubrimientos de Galileo fueron el puntapié para el desmantelamiento de uno de los más grandes imperios y sistemas de creencias de la humanidad, el de la Iglesia Católica. Pero para llegar a eso, la sociedad debió hacer un largo recorrido. La veracidad de sus enunciados no generó un “despertar” colectivo de la gente en contra del mundo como lo conocían. Más bien, en un inicio la respuesta fue miedo, escepticismo, rechazo. Entonces, ¿qué rol juega la verdad en la lucha contra la crisis climática? El conocimiento sobre sus causas y consecuencias es, sin duda, fundamental. Sin este, no podríamos elaborar políticas públicas y planes estructurales para combatirlo. Sin embargo, el derrotismo detrás del discurso del colapso puede ser contraproducente. Esta retórica discursiva, salvo en el caso de algunas minorías ya predispuestas e informadas, tiene un efecto desmovilizador que reforzará siempre la defensa de lo existente y sus tendencias destructivas. “La verdad”, presentada como algo revelado y opuesto a la “falsa conciencia” de todo el resto de la sociedad, termina siendo contraproducente: en vez de movilizar, paraliza. En aquellos discursos que se limitan a exclamar la inminencia del colapso, el sujeto queda relegado a una actitud pasiva, incapaz de alterar los posibles resultados. Se produce una fetichización de la crisis climática, lo cual es un atentado a la posibilidad de una praxis política transformadora.

Los movimientos sociales nos enfrentamos a un grave problema cuando nuestros postulados no le llegan a nadie por fuera de la minoría que ya está adentro. Terminamos predicándole al coro[5], y alejando al resto de la sociedad. En una era en que los órdenes globales impulsan a romper los vínculos comunitarios, a generar sujetos individualizados y aislados, tenemos que evitar que la gente gire hacia los extremos en búsqueda de pertenencia y seguridad. Un movimiento que busque realmente generar un cambio en las creencias de la sociedad por medio de promover el desamparo y la angustia terminará teniendo el efecto contrario: una mayor polarización hacia las extremas derechas, que ofrecen premisas que les permiten reconstruir lazos sociales (basados en la xenofobia, el racismo, la explotación, etc).

Ante una crisis económica, no alcanza con decirle a la gente por qué está pasando hambre para que adopte una bandera política. Hay que ofrecer soluciones tangibles que les permitan aspirar a que el futuro sea mejor. De igual manera, no alcanza con poner en evidencia la realidad y la inminencia de la catástrofe ecológica para movilizar a las masas al respecto. Tenemos que incorporar las necesidades materiales y actuales de la sociedad, transversalizadas por elementos de la crisis ambiental, lograr darles un significado político y social a los datos numéricos. Si el ambientalismo planea situarse por encima de la realidad socioeconómica, nunca va a formular un plan político a mediano-largo plazo que sea compatible con el mundo en el que vive. Termina reproduciendo el status quo.

Si el socio-ambientalismo pretende generar cambios en la política que trasciendan lo coyuntural y las miradas cortoplacistas, con miras a un cambio sistémico, debemos enfocarnos en un objetivo para nada sencillo: el de crear discursos que logren interpelar a la sociedad. Interpelar significa movilizar emociones, conmover y lograr despertar el deseo del cambio.

La utopía sirve para seguir caminando

Pasamos por Galileo, Nietsche, Marx…¿Di tantas vueltas para terminar en Galeano? Claro que sí. Creo que el elemento fundamental que debe tener todo movimiento social que busque cambiar su realidad es una utopía. La utopía supone un horizonte al cual aspirar, es lo que nos motiva a seguir caminando. El conocimiento en sí no desemboca en acción, aunque sí es una condición necesaria para este pasaje. Es precisamente por falta de una utopía que los discursos colapsistas resultan desmovilizantes: si uno no cuenta con algo de esperanza, el movimiento no tendrá verdaderamente capacidad transformadora. Esta utopía debe poder movilizar a sectores amplios de la sociedad, que sus consignas trasciendan el nicho del que surgen y logren incorporarse a la lucha popular. Que estos reclamos vayan más allá de las distinciones de clase y constituyan banderas reivindicadas por toda la sociedad, en tanto comunidad.

Termino con un pasaje del poema “La utopía”:

Qué tal si deliramos por un ratito

qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia

para adivinar otro mundo posible

El aire estará limpio de todo veneno que no provenga

de los miedos humanos y de las humanas pasiones

Referencias:

  • Latour, B: Cara a cara con el planeta: una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas, 2015
  • Althusser, L.: Ideología y aparatos ideológicos de Estado / Freud y Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.
  • Nietzsche, F.: Genealogía de la moral
  • Nogués, G: Pensar con Otros,
  • Reich, W.: Psicología de masas del fascismo, Madrid, Ayuso, 1972.

 

[1] “Y sin embargo, ¡se mueve!” Palabras (supuestamente) enunciadas por Galileo cuando la Inquisición le obligó a decir que sus afirmaciones sobre el movimiento de la tierra en torno al sol eran falsas.

[2] Esto es, para los propios científicos

[3] Genealogía de la Moral

[4] La estructura son las condiciones materiales (económicas) de existencia.

[5] Acá traduje muy literalmente la frase en inglés “preaching to the choir” porque me parece muy apropiada: sólo llegamos a los que ya están adentro.


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Micaela Oroz

Micaela Oroz es estudiante avanzada de la Lic. en Ciencia Política (UBA) y activista ambiental. Actualmente es co-coordinadora de Educación en Ahora Qué?

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