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Para sorpresa y admiración de sus compañeros, dos oficiales, como artistas dementes que tratasen de dorar el oro o de pintar el lirio, prosiguieron una contiendaprivada a lo largo de los años de carnicería universal”.

El duelo. Joseph Conrad

La polarización política ha protagonizado, casi en exclusividad, la historia argentina. Las interpretaciones binarias – relatos en clave antagónica – han prevalecido y recogido adhesiones no solo al momento de justificar las prácticas y las disputas del poder, sino también en los claustros académicos y en las miradas que se proponían más estilizadas.

A lo largo de nuestra bicentenaria historia recorrimos diversas ingenierías institucionales sin poder escapar nunca del todo a su influencia. Convivimos con ella en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. En las largas cuatro décadas previas a la sanción de la Constitución del 53 dotó de sentido a las guerras civiles. Durante la llamada organización nacional, cuando solo una voz parecía prevalecer, se mantenía latente esperando la oportunidad de su regreso. La revolución del Parque primero y la UCR después la revivieron en un nuevo formato de duelo: “la Causa contra el Régimen”.

Con Yrigoyen en el poder, el orden de los factores no alteró el producto. Ahora la “chusma” gobernaba, el país plebeyo ocupaba los espacios estatales y “la gente decente” procuraba resistir. La década del 30 y el parteaguas del primer golpe de estado acentuaron la clave antagónica y la violencia de una dualidad ya establecida.

El surgimiento del antiperonismo y la década de Perón en el poder sublimaron la existencia de dos culturas en disputa. Bajo diferentes nomenclaturas y rótulos esa relación dialéctica sin síntesis transitó las distintas etapas de nuestro itinerario nacional. Centralistas porteños y artiguistas, unitarios y federales, civilizados y bárbaros, conservadores y radicales, todas simplificaciones que modelaron una mirada política dividida en dos.

Por supuesto que los intereses materiales (de clase y regionales) explicaron, y explican, los fundamentos de las diferencias. Pero la creación de identidades e imaginarios sólidos y representaciones más débiles fueron construyendo la herencia trasmitida de generación en generación.

Entre 1916 y 1930 –muy particularmente durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear- la institucionalidad intentó domar la cultura. No lo logró. Del golpe del 6 de setiembre hasta la restauración democrática del 83 el antagonismo se impuso casi sin dificultades ni restricciones. La subalternización de la forma por casi todos los jugadores deterioró el juego y el tablero. Los cincuenta y tres años comprendidos entre 1930 y 1983 fueron nuestro “siglo XX corto”, escenario criollo de la lucha agonal entre República y Democracia.

Una paradoja que resulta muy incómoda para los que nos dedicamos a la ciencia política es que, aún con culturas antinómicas, dentro de este período tuvimos nuestro paraíso económico. El lapso 1945-1973 fue al modelo de desarrollo industrial por sustitución de importaciones lo que el período 1880-1929 significó para el agroexportador. Todos los indicadores económicos y sociales tuvieron un importante despliegue. Lo que nos obliga a preguntarnos: ¿las instituciones importan? ¿Puede ser que nos vaya bien aun cuando nos portemos mal? ¿O que nos vaya mal, aunque nos portemos bien?

Desde la asunción de Alfonsín hemos iniciado un camino institucional que, con sus limitaciones, es el más duradero y legítimo de nuestra historia. Sin embargo, estos 37 años no se tradujeron en crecimiento y progreso y, desde la crisis del 2001, generaron la revitalización del duelo político domestico ahora rebautizado “grieta” y bajo las nomenclaturas de kirchnerismo y antikirchnerismo.

Antes las culturas enfrentadas reposaban en estructuras partidarias más establecidas (claro que no hay que exagerar ni imaginar un pasado idílico). Ahora lo hacen a partir de coaliciones en donde las formaciones tradicionales más líquidas y difíciles de categorizar. Tampoco esto nos debe llamar al engaño. Conocimos tiempos distintos, es verdad, pero sólo chispazos de una democracia de partidos más consociativa que agonística.

Lo cierto es que por estas latitudes las identidades han sido siempre más importantes que los andamiajes utilizados. Los segundos operan en función de las primeros. Experiencias más conceptuales y orgánicas, que pretendieron funcionar más allá de la clásica rivalidad se desenvolvieron en la minoría, vistosa algunas veces, insignificantes las más. Por izquierda, centro o derecha, los experimentos de encuadramiento formales fueron absorbidos por la dinámica amigo-adversario (y hasta enemigo), o se hundieron en la intrascendencia.

Nuestras culturas requieren de flexibilidad herramental al servicio de otras rigideces. Basta mirar el mapa social y geográfico para tomar posiciones. Nuestras dos culturas son tributarias, no independientes, de lo que sucede en esa cartografía. Las actitudes, costumbres y creencias se consolidan como parte íntegra de la ideología, como una forma de poder social que se concibe como fin del fenómeno político.

El presente reorganizó las dos culturas políticas bajo la forma de dos coaliciones representando la versión local de centro izquierda y centro derecha. Este sería un rasgo diferencial respecto del pasado siglo, pues el peronismo parece verse acotado en el cuadrante progresista a partir del 2003, cuando la experiencia K irrumpió como una suerte de tutor conceptual que lo contiene en márgenes delimitados, impidiendo su tradicional pragmatismo doctrinario. (Quizás sea esa la cuestión, la metamorfosis de doctrina a relato).

La elección presidencial de 2015 es una prueba manifiesta. El entonces candidato Scioli solo tuvo margen para encarnar la continuidad kirchnerista (sin cambios) aun cuando su biografía política y un grupo de gobernadores e intendentes justicialistas lo inclinaban a interpretar demandas de un sector del electorado que requería modificaciones relevantes en el modelo vigente. No era solo una cuestión de modales. Una suerte de pacto implícito entre los referentes sólidos de los polos estableció que si se requerían medidas más atentas al mercado y a la visualización de la economía desde la oferta sería entonces el candidato Macri y su coalición quienes deberían hacerse cargo de la administración. Y así sucedió. El gobierno de Cambiemos llevó adelante ese programa y, aunque los resultados de su administración estuvieron muy lejos de alcanzar los objetivos propuestos, logró conservar un importante 41% de caudal electoral en octubre de 2019 aún en el contexto de una gran crisis económica. Ello manifiesta el grado de adhesión a una cultura (y al rechazo de la otra) más allá de los resultados lo cual se ve reafirmado por el sostenimiento de la coalición en el Congreso luego de la derrota.

Terminamos como corresponde, con más preguntas que respuestas ¿Dónde queda situado Fernández (Alberto) postulado y consagrado por Fernández (Cristina)? Parece empatizar genuinamente con la agenda progresista en lo que respecta a género, derechos humanos y política internacional. ¿Sucederá igual con la política económica? En lo que refiere al ejercicio de la presidencia tiene el desafío de interpretar su rol acompañado de una vicepresidenta que, como nunca antes en la historia, es propietaria de un caudal político muy relevante.

En el pasado los candidatos al sillón de Rivadavia buscaban en sus vices un complemento. Esta vez fue a la inversa. El orden de los factores, a veces, altera el producto. ¿Funcionará la novedad? ¿La pandemia y sus consecuencias económicas serán factores aglutinantes o disolventes de la coalición de gobierno? ¿O acaso la unidad de la oposición será más eficaz en garantizar ese propósito?

Si nos permitimos jugar con distintos escenarios cabe interrogarse sobre las posibilidades en un amplio abanico que se extiende desde la convivencia más o menos pacífica hasta la consagración de un presidente sin sombra. Como siempre el contexto tendrá mucho que decir. La magnitud y la gravedad del deterioro económico y social y su administración serán el insumo esencial para las respuestas. Esta etapa de la democracia polarizada que supimos construir fue el resultado del derrumbe colosal del 2001/02. Ahora enfrenta un desafío equivalente. Los protagonistas de este duelo, como el cuento de Conrad, llevan sus disputas en medio de una conflagración mayor que definirá sus destinos.


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Gustavo Marangoni

Politólogo. Profesor universitario. Ex Presidente del Banco Provincia.

Mauro Amorosino

Licenciado en Relaciones Internacionales (USAL), maestrando en Historia (UTDT) y Gestión de la Comunicación (Universidad Austral). Docente.

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