El presente y el futuro de Argentina: entrevista a Anabella Busso [Primera Parte]

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Anabella Busso es Licenciada en Ciencia Política, de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Posee un diploma Superior en Ciencias Sociales y una Maestría en Ciencias Sociales, ambas de la Facultad latinoamericana en Ciencias Sociales. Ha realizado cursos de especialización en Estados Unidos, España y Japón. Actualmente se desempeña como Investigadora Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) e Investigadora Categoría I del sistema de categorización de docentes investigadores. Es Profesora Titular de Política Internacional y Política Internacional Latinoamericana de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la UNR. Docente de posgrado en la UNR, UNC, UNLP, Universidad Católica de Santa Fe y de la UDELAR, Uruguay y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. También es Directora del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales y del Centro de Investigaciones en Política y Economía Internacional (CIPEI). Se especializa en Política Exterior Argentina, relaciones bilaterales Argentina-Estados Unidos, Política exterior de Estados Unidos hacia Latinoamérica. Email: anabella.busso@fcpolit.unr.edu.ar

Referente en sus campos de estudio, Anabella dialogó con Abro Hilo sobre integración regional y política exterior argentina. 


 

[Primera parte: Integración regional]

 

Agustina Jacobo [AJ]: Me gustaría que hablemos un poco sobre política exterior, más que nada, pero antes quiero que charlemos un poco también sobre integración regional. Las dos sabemos que no es lo mismo, pero creo que es muy interesante, para poder entender la política exterior, entender qué pasa afuera también. No sé si leíste la nota de Federico Merke en nuestra página hace algunas semanas, que iba un poco por ese lado. Así que en primer lugar me gustaría empezar por ahí. ¿Querés contarme cómo ves la situación en la región? 

Anabella Busso [AB]: Yo entiendo que la región transita por una etapa de crisis cuyos indicadores son previos al estallido de la pandemia y que la pandemia los ha empeorado de manera integral. No hay países en la región que hayan podido evitar sus efectos. Me parece que si ponemos la mirada en 2019, antes de la pandemia, podemos encontrar mucha información que muestra diversos escenarios de crisis en la región. Y cuando digo diversos me refiero tanto a países que podríamos caracterizar como ordenados en torno a la herencia de los 90s, el regionalismo abierto, la recuperación de las nuevas derechas; pasando por países que vienen transitando situaciones críticas estructurales, casi como estados fracasados, como el caso de Haití; hasta países que permanecieron en el estadío del giro a la izquierda o países que cambiaron de rumbo a través de la vía electoral. Con esto quiero decir que, en el año 2019, se podía testear claramente la permanencia de la crisis estructural en Venezuela, descubrir cómo se continuaba profundizando la problemática de pobreza, exclusión, desconocimiento de las demandas sociales en Haití, por ejemplo. Considero que el año 2019 también mostró que aquellos países identificados como exitosos, en tanto y en cuanto habían mantenido cierta estabilidad política y un perfil económico de características neoliberales, o por lo menos de comunión con la globalización neoliberal, y que además desde el punto de vista de la integración optaban por una postura de libre comercio y reticencia ante las uniones aduaneras, más aún si tenían algún tipo de arancel externo común alto, también mostraron sus crisis. Podemos identificar varios casos, algunos de ellos muy importantes desde un punto de vista simbólico. En ese grupo se ubican la crisis en Ecuador bajo el gobierno de Lenín Moreno. También la crisis en Perú. Posteriormente, algunos indicadores importantes de crisis en Colombia, que terminaron de eclosionar en nuestros días. Y, obviamente, el caso de Chile.

Por otro lado, existía otro caso que afectó enormemente el regionalismo, en cualquiera de sus formas de concertación o integración regional, que es el de Brasil. Brasil es un país sin el cual es difícil pensar una proyección de América del Sur. En los últimos años se percibe un decaimiento de su presencia internacional debido al predominio de las problemáticas domésticas. Esto se inició en el segundo gobierno de Dilma Rousseff, pero, posteriormente, con los gobiernos de Temer y Bolsonaro, observamos un claro desinterés por la región y por construir en forma conjunta con otros estados. Además, el gobierno de Bolsonaro representa un modelo de derecha alternativa con el cual no es tan fácil convivir, ni negociar, ni acordar. Es una tarea considerablemente ardua. 

En el caso de Argentina, donde también tenemos una sociedad fraccionada, nos encontramos con opiniones que defienden dos modelos de país distinto y que en la actualidad se aglutinan en torno a dos bloques, el bloque oficialista y el bloque de oposición. Hasta el momento, este alto nivel de tensión pudo resolver sus diferencias a través de la vía electoral. 

El otro cambio significativo fue el de México, porque el país venía no sólo de 70 años de PRI, que cambiaron cuando ganó el PAN, sino que ya los últimos gobiernos del PRI en esa época habían girado hacia una visión neoliberal. Los dos gobiernos del PAN reafirmaron eso; la vuelta del PRI también. Por eso entiendo que, más allá de los inconvenientes del gobierno de López Obrador, la magnitud con la que ganó López Obrador, después de algo así como 30 o 35 años de un mismo modelo, son datos a tener en cuenta. 

Esta variedad de situaciones de crisis obviamente genera que los gobiernos piensen más en lo que acontece fronteras adentro que lo que acontece fronteras afuera. La región acumuló, en los últimos años, un exceso de ideologismo. Creyendo que huía de la ideología y que iba hacia un escenario apolítico, en realidad termina teniendo un componente ideológico muy fuerte. A mi entender, el problema más significativo es la imposibilidad del diálogo, la imposibilidad de intercambiar ideas, aunque uno piense distinto, porque eso instaura un mecanismo de descalificación del otro. Cuando empezás una conversación y te descalifican decís “bueno, no hablo más” y lo mismo si yo descalifico a otro. Es una relación mutua. En ese contexto, el regionalismo se deterioró mucho. 

Si miro la situación desde la perspectiva de Argentina, yo diría que antes del gobierno de Alberto Fernández se dio una fuerte desaceleración del regionalismo. El único tema convocante para la mayoría de los países en esos años fue el tema venezolano. El resto de las cuestiones eran planteadas exclusivamente como cuestiones que tenían que ver con abrirse al mundo. Leí una buena nota del subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería que hace una diferencia entre estar conectados con el mundo y abrirse al mundo, lo que me parece una distinción importante. Yo soy partidaria de estar conectada con el mundo. Ahora, América Latina y cada uno de sus países difícilmente sean exitosos en una conexión unilateral con el mundo. Nuestra proyección, y más aún cuando venimos transitando un período de pérdida de peso político – económico significativo a nivel global, debería construirse desde una perspectiva regional. Y para eso no sólo hay que insistir en la negociación, sino que hay que lograr algún tipo de concertación en la diversidad sobre temas centrales. En ese contexto, hay que saber que nadie se puede llevar el 100% en la negociación. Porque, si no, no existen posibilidades de avanzar. Un ejemplo que vimos en estos días es que, a veces, una negociación se inicia con una postura extrema por parte de un país que otro no puede aceptar. Eso pasó -y pasa- en las negociaciones sobre el arancel externo común del Mercosur. No me puedo sentar en una mesa y decir “quiero bajar de todo este conjunto de nomenclador arancelario abruptamente”. Uno también tiene que habilitar a otros países para que se sumen a la negociación y esa pueda ser una tarea que esté pautada en el tiempo. Otra cuestión que dañó a la región en los últimos cinco o seis años fue la caída del regionalismo como expresión de conjunto, del multilateralismo regional. No nos podemos olvidar que los países renunciaron a la Unasur. No podemos olvidar que Brasil se fue de la CELAC. No podemos olvidar que hay una parálisis en Mercosur porque hay una pelea muy dura. Ni tampoco podemos olvidar que el organismo de multilateralismo continental, la OEA, también está muy permeado por esa disputa y, desde mi perspectiva, entiendo que su secretario general no ha contribuido a establecer un proceder equilibrado de la Organización de Estados Americanos. Se ha posicionado más a favor de los intereses de Estados Unidos y un conjunto de países de la región que coinciden con Washington sin que haya logrado mediar con los que tienen visiones diferentes. Y eso nos ha hecho daño. Nos posicionó muy mal ante la pandemia. No tuvimos estrategias conjuntas. No negociamos vacunas de manera conjunta. Se dieron unos pocos casos específicos de colaboración, pero entiendo que esa asistencia y coordinación podrían haber sido mucho mayores y que, en realidad, en este momento estamos sufriendo las consecuencias de la crisis del regionalismo. Debo aclarar también que esta no es una nota distintiva o particular de América Latina y de América del Sur. La reacción nacionalista frente a la pandemia ha sido un perfil que caracterizó al mundo en su conjunto, salvo raras excepciones.

AJ: Rescato mucho esto que dijiste sobre que la clave o el punto está en el diálogo. Me parece importante para rescatarlo, porque las diferencias, creo, ideológicas siempre van a estar, ¿no? Y hay que buscar esos puntos de diálogo. Mientras hablabas pensaba en que, tal vez, hay cierta renuncia a la autonomía. El bloque está muy desintegrado; no estoy hablando del Mercosur, sino que me refiero a América Latina más desintegrada. Por ejemplo, lo que decías sobre la negociación de las vacunas. Pareciera haber un dejo de renuncia a la idea de la autonomía y cada uno tiene que salir a buscar las cosas individualmente. Creo que eso pasa mucho con el caso de China y los acuerdos comerciales, ¿no? 

AB: Sí. El hecho de haber perdido un espíritu de negociación conjunta o de no haber avanzado en él, porque tampoco es que habíamos alcanzado la panacea, hizo que muchos temas que se podrían haber resuelto no se resolvieran. Existen quienes valoran, por ejemplo, la instancia de Unasur y quienes la consideran negativa o innecesaria, que la consideraban fundamentalmente como un reducto de lo que se llamó el «eje bolivariano». Y me parece que esa es una lectura parcial de la realidad. Porque Unasur cobijó a Chile, que no pensaba exactamente lo mismo, a Colombia y a Perú. Y en los momentos en que se dieron situaciones de tensión entre países ideológicamente enfrentados, ya sea entre Colombia y Ecuador o entre Colombia y Venezuela, logró moderar esos niveles de tensión. No logramos, en aquel entonces desde Unasur y tampoco desde el Mercosur, enfrentar, por ejemplo, lo que trae consigo la transición en el orden internacional. Esa transición en el orden internacional que implica un rol protagónico de China y que involucra una relación que China construyó con América Latina de manera progresiva, pero siempre creciente, cada vez más asertiva, empezando primero por el comercio, seguido posteriormente por las inversiones y las políticas de financiamiento hasta incluir cuestiones geopolíticas, como sus bases o la posición de la región frente a temas muy sensibles y que generan discordia, con Estados Unidos, como el caso de 5G. Hubiese sido bueno que, al menos, nos diéramos una discusión. A lo mejor no todos resolvíamos lo mismo, pero que nos diéramos una discusión. 

El resultado que tenemos de esta disputa, por ejemplo, dentro del Mercosur, es que no sólo estamos un tanto detenidos o muy detenidos y con algunas exigencias, desde mi punto de vista, de países como Uruguay y Brasil (que de cumplirse en realidad hacen desvanecer cualquier proyecto que fuese semejante al Mercosur), sino que también, mientras esas disputas se dan, el comercio intra-Mercosur disminuye y cada uno de los países miembro incrementa su comercio con China de manera unilateral y de forma muy significativa. Así que sin que China plantee demandas política o económicas específicas, la falta de articulación desde nuestra parte favorece esa enorme presencia comercial del país asiático. Esto no implica mirar a los chinos ni bien ni mal, ni tampoco implicaría mirar el comercio con los Estados Unidos de esa manera. Pero, objetivamente, mercados tan poderosos, tan grandes, tan tecnológicamente desarrollados, con tanta influencia en espacios multilaterales tienen condiciones para imponer determinadas lógicas en las negociaciones a las cuales nosotros no podemos hacerle frente de manera unilateral. Mucho mejor sería hacerlo de manera conjunta. 

Por otro lado, también hay que pensar que esa desjerarquización del espíritu regional se traslada a las sociedades. Si se compara la cantidad de noticias, por ejemplo, sobre Argentina que aparecía en la prensa brasileña durante el gobierno de Lula o de Dilma Rousseff con lo que pasa actualmente, salvo las situaciones de tensión o de burla o de choque, el resultado es que prácticamente no aparece nada. En cierta manera, eso ocurre con todos los países de la región. Estamos carentes de tener una información fluida sobre lo que acontece en nuestros países y tenemos dificultades para consolidar relaciones en términos de sociedad civil y entre otros sectores relevantes como empresarial y universitario, que hacen al desarrollo cotidiano del regionalismo. Por ello, entiendo que hay que hacer un esfuerzo enorme por mantenerlas hasta que podamos dar un salto en el debate político.


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Agustina Jacobo

Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de San Andrés. Asesora en diálogo y políticas públicas colaborativas en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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