Estudiar para trabajar, trabajar de lo que se estudia

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En una nota reciente, presentamos los resultados de “Credenciales universitarias y diferenciales salariales en la estructura productiva argentina”, un estudio del CEP XXI en el que analizamos los resultados laborales asociados a distintas carreras universitarias en nuestro país. La gran novedad de este estudio radica en que cruza dos bases de datos, una proveniente del Ministerio de Educación y otra, del sistema previsional. De ese modo, pudimos aprender que, de las 20 carreras con mejores salarios en nuestro país, 11 son ingenierías, pero que, a nivel más agregado, las ciencias sociales tienen los mejores resultados. Hoy queremos aprovechar para indagar más profundo en la relación que esto tiene con la estructura productiva de nuestro país.

Mucho se ha escrito sobre la heterogénea realidad productiva de Argentina. Sabemos que el sector agropecuario, aunque solo genera el 4.7% del PBI (INDEC) y el 3.3% del empleo formal (Sistema Integrado Previsional Argentino, SIPA), resulta fundamental por su contribución en términos de divisas. En cambio, la industria manufacturera, que produce el 17.5% del valor agregado local y contrata al 10.7% de los asalariados formales del país, tiene una salida exportadora más bien limitada, aunque también muy heterogénea (el 4.7% de las firmas manufactureras exportan, aunque muchas lo hacen por una cantidad de dólares menor a la que consumen en la forma de importación de maquinaria y equipos). Los servicios no son menos heterogéneos: mientras que el sector informático y el de servicios profesionales se caracterizan por el empleo formal y calificado, muy distinta es la realidad en comercio, gastronomía u hotelería.

Por todo esto, no es una sorpresa que cada sector productivo demande profesionales de distintos perfiles y los remunere de manera acorde. Y aquí es donde surgen patrones interesantes. Resulta que el agro y la industria, que pueden parecer alejados o hasta antitéticos en cierta concepción, pagan salarios especialmente altos a las personas egresadas en ciencias aplicadas, rama que incluye a todas las ingenierías, además de disciplinas como bioquímica, farmacia e informática. Naturalmente, al hilar fino se hallan diferencias, como que quienes provienen de las ciencias agropecuarias se insertan mayormente en el agro, mientras que aquellas personas que estudiaron carreras de seguridad industrial lo hacen en la industria. Pero, que sea una misma rama la preferida por ambos sectores a la hora de contratar, nos dice que estos supuestos “extremos” pueden estar más cerca de lo que se piensa en términos productivos. Un detalle interesante: a diferencia del agro, la industria también ofrece buenas remuneraciones a las llamadas ciencias básicas (matemática, física, química y biología).

Siendo justos, las ciencias aplicadas tienen una buena performance en muchos otros sectores (no por nada hace décadas se habla en Argentina de la falta de ingenieros), pero en los sectores de servicios, al menos el podio es compartido con las ciencias sociales. Tanto finanzas, como tecnología, comunicaciones y otros sectores de servicios profesionales ofrecen salarios particularmente elevados a quienes provienen de las ciencias sociales, entre las que destacan algunos “sospechosos de siempre” como derecho, economía, administración y contabilidad, pero también unos cuantos “tapados” como procuración, criminología, accidentología, cooperativismo y notariado. 

No es una sorpresa que las personas egresadas en ciencias de la salud (donde medicina es naturalmente protagonista pero enfermería, odontología y veterinaria también son importantes) encuentren una inserción preferencial en el sector salud y en la administración pública. Pero vale la pena remarcar que el sector gubernamental también tiene una marcada preferencia por profesionales de las  ciencias sociales. Por su parte,  las humanidades, tan presentes en el fondo de la tabla general, encuentran buenos salarios en la actividad docente y, quizás, sorprendentemente, en las finanzas (estamos hablando de psicología, educación, psicopedagogía, letras e historia, entre otras).

¿Qué deben estudiar los jóvenes en Argentina? Entendemos que esta pregunta no  puede abordarse si no es de la mano de otra, más conocida entre economistas, pero no por ello más fácil de responder: ¿qué debe producir Argentina? La formación de recursos humanos no puede ser analizada como un elemento separado de la cuestión productiva en general. Que una determinada formación no obtenga actualmente buenos resultados en el mercado laboral, no debe ser interpretado como señal de que esta es, por sí misma, menos conveniente o viable. Antes bien, indica que la estructura productiva que caracteriza hoy a nuestro país no genera suficiente demanda de perfiles de ese tipo. Y aquí es donde cabe preguntarse si eso puede o debe cambiar.

Consideramos que es indudablemente virtuoso que los jóvenes estudien aquello que les apasiona. En el mundo de los incentivos, no hay nada como la convicción personal de que la carrera elegida es la indicada. Pero justamente porque de incentivos se trata, es que corresponde brindarles a los jóvenes información completa y transparente sobre las posibilidades laborales  que actualmente ofrecen las carreras de su preferencia. Al mismo tiempo, entendemos que la política productiva debe nutrirse de esta información para elegir senderos futuros capaces de conciliar crecimiento económico con empleo de calidad y salarios elevados.


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Martin Trombetta

Martin Trombetta es Doctor en Economía por la UNLP e investigador asistente CONICET. Actualmente se desempeña como coordinador del Área de Datos en el CEP XXI.

Gisel Trebotic

Militante feminista. Licenciada en Ciencias Políticas, UBA. Maestranda en Explotación de datos y Descubrimiento del Conocimiento, UBA. Analista en Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI).

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