¿Faltan dólares o sobran pesos?

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Una frase común en la política argentina es que “faltan dólares”. El problema de la Argentina, según esta visión, es que los argentinos tenemos muchos dólares en el colchón. Se habla de bimonetarismo, dolarización y de fuga de capitales. Si tan sólo los villanos neoliberales que ahorran en la moneda de Estados Unidos y no en pesos nacionales y populares mostraran algo de patriotismo, la inflación y el estancamiento desaparecerían. Este diagnóstico no solo es errado, es el inverso al real: el problema de la Argentina no es que falten dólares, es que sobran pesos. 

Para empezar a hablar del dólar, tenemos que hablar del peso. No del peso en particular, sino de todas las monedas nacionales. Tradicionalmente, se habla de que las economías comenzaron en el trueque, intercambiando unos productos por otros. El trueque plantea dos problemas. El primero es que determinar un precio relativo (es decir, cuántas manzanas vale una pera) es muy complejo en el trueque. Más allá de esto, el problema real es la “doble coincidencia”: si yo tengo manzanas y quiero leche, pero el lechero quiere naranjas y no manzanas, tengo que intercambiar mi producto por un tercero. Estas cadenas de intercambios intermedios toman muchas rondas, posiblemente infinitas. Para evitar las complejidades del trueque, entonces, se eligió un único bien (oro, plata, sal, cacao, piedras gigantes) como moneda, tal que el valor de todos los bienes se mida en este. 

El problema de la historia tradicional del dinero es que es, simplemente, falsa: no existe registro alguno de una sociedad que haya operado en base al trueque. En lugar de esto, el dinero surge para cuantificar las deudas. Era bastante común en el pasado que las personas compren “a fiado”, tal que en comunidades pequeñas, se sepa cuánta leche o huevos debía cada vecino. Pero a medida que aumentó la complejidad económica, cuantificar los montos adeudados se volvió más difícil. De este modo, se reemplazó a la deuda “oral” en unidades de bien, por deuda “escrita” en términos de dinero. El dinero circulante, de cualquier modo, era poco común – era usual intercambiar bienes por bienes siempre y cuando los mismos tuvieran el mismo valor en dinero. ¿Por qué fue necesario reemplazar un tipo de deuda por otra? Por la confianza: fuera de comunidades extremadamente reducidas, era muy complejo conocer la verdadera capacidad de pago de cada agente, de modo que intercambiar requería de cada vez más información. Esta falta de confianza en agentes cada vez menos familiares llevó a la necesidad de crear un medio de pago con un valor estable que todos conocieran: oro, plata, sal, etc.

Un ejemplo de esto son las cárceles americanas. En “Sueños de Libertad”, la moneda entre presos es el cigarrillo; aunque actualmente fueron reemplazados por las sopas de ramen. Una cárcel es el ámbito perfecto para el trueque: comunidad reducida, posibilidad de castigar a un estafador (ya sea mediante la exclusión del mercado u otros métodos menos amigables) y una limitación muy grande del problema de la doble coincidencia: no hay tantos bienes ni tantos vendedores. El problema carcelario es, entonces, que (razonablemente) los presos no pueden confiar los unos en los otros. Además – ¿qué ocurre cuándo uno solo tiene para comprar y otros solo para vender? Ningún intercambio sería posible. El rol de la liquidez, es decir, la disponibilidad de dinero (más allá de la capacidad de pago, la solvencia) no puede perderse. La economía fuera de las cárceles tiene los mismos principios: es necesario que exista un bien que sirva para los intercambios. Exactamente cuál no es importante. 

De estos tres problemas surge el rol del dinero: como medio de pago, como unidad de cuenta, y como depósito de valor. El Estado (en particular el nacional) tiene un monopolio sobre el dinero, más allá de su poder para cobrar impuestos, por problemas de coordinación y complejidad económica. Al ser el dinero un bien público, es decir uno que todos usan y del que todos se benefician sin excluir a terceros, tener varios dineros privados compitiendo presenta dos problemas. El primero es una “doble coincidencia” para las monedas: si yo tengo pesos Banco Santander, no puedo comprar con facilidad a alguien que usa pesos Banco Galicia. En segundo lugar, cada emisor de moneda tiene que ser solvente y estable, tal que no posea más monedas de las que puede respaldar. Un Estado Nacional nunca puede quebrar en su propia moneda (aunque sí puede tener otros problemas), lo que elimina estas dificultades. 

Pero la tutela del Estado sobre la moneda tiene sus problemáticas. Entre la antigüedad y la Edad Media, el valor del dinero dependía de la cantidad de oro que tuviese cada moneda. Los señores, reyes y emperadores que la poseían sabían esto, de modo que podían rebajar este valor sin anunciarlo: el envilecimiento del dinero, que consistía en reemplazar el oro por otros metales menos valiosos para producir más moneda. Esto era posible porque, digamos, 100 denarios de oro contenían oro equivalente a 100 denarios – envilecer la moneda producía una ganancia. Tarde o temprano, esta “devaluación interna” encontraba su correlato en el dinero. Si bien el envilecimiento ya no es posible, la ganancia que este generaba (el señoreaje) sigue existiendo – como producir 100 pesos cuesta bastante menos que 100 pesos (en 2017, costaba 1.50), entonces pagar 100 pesos de bienes con 100 pesos nuevos es posible. 

El gasto financiado con emisión se termina reflejando en la inflación. Aritméticamente, existe una cantidad dada de bienes y servicios en la economía, valuados a un precio cualquiera. Esta cantidad, fuera de una crisis económica, depende de la tecnología y de la cantidad de recursos de la economía – pero no de la demanda. De este modo, emitir dinero para financiar el gasto público cuando la economía está en equilibrio consiste en comprar bienes con dinero que nadie “quiere”. El correlato es los precios. Esta historia es una simplificación excesiva de la realidad, pero empíricamente se verifica tarde o temprano: emitir dinero más del que la demanda máxima posible en un momento dado requiere termina únicamente elevando los precios de los bienes. 

Este “pecado original” de la política fiscal es el que origina todos los demás problemas. La suba de precios constante, y las tasas de interés exiguas, eliminan la posibilidad de ahorrar dinero en la moneda nacional – el peso pierde su rol de depósito de valor. Para transacciones de bienes que tardan en amortizarse, tampoco es unidad de cuenta – o incluso, como en los inmuebles, medio de pago. El problema no es que falten dólares – es que sobran pesos. Los dólares escasean por la inflación, no al revés. Resolver la inflación, sea como sea, y eliminar la posibilidad de que el Banco Central financie al Tesoro es la única forma de que deje de ahorrarse en una moneda que no es la local.


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Maia Mindel

Estudiante de Economía (UBA). Bloguera en Some Unpleasant Arithmetic. En Twitter es @EGirlMonetarism.

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