La masacre del 16 de junio de 1955. Del silenciamiento al consenso democrático.

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“Los aviones pasaban … venían del Río de La Plata y le tiraban a la gente … cuando escuchaban los aviones salían corriendo y no había dónde esconderse en la Plaza Colón … Corrían y los barrían con la ametralladora, con esos tremendos proyectiles que se veían zumbar en la oscuridad de la tarde, caían como piezas de dominó. Arrojaban un combustible (encendido) sobre la gente que corría. Había enfermeros, médicos levantando víctimas (…) con gran riesgo porque les tiraban a ellos también”. 1 (30:40)Un trolebús había sido alcanzado por una bomba. Allí se veían, calcinados, los cuerpos de numerosos niños, hombres y mujeres” 2. A la morgue del Hospital Argerich llegaron “personas que viajaban en el trolebús 305 que habían quedado reducidos a pequeños leños irreconocibles” 3. “[después del primer estruendo] subí al quinto piso [del Ministerio de Hacienda] a buscar a mi hermano que quería ver el desfile aéreo: no lo encontré. Pero en cambio vi la cabeza decapitada de su amigo íntimo” 4 (p. 63). El empresario León Shiff manejaba hacia su oficina cuando una bomba alcanza un trolebús, los cables eléctricos caen sobre su coche y lo electrocutan quemándolo por completo 5 (p.95). Dora trabajaba en un comercio cerca de Plaza de Mayo, salía a almorzar: “terminé tirada debajo de un banco (…) después de la segunda pasada de los aviones (…) empezaron a tirar con ametralladoras. Las balas picaban cerca, en las baldosas. Barrieron a todos los que no tenían protección (…) En una pausa crucé hacia el Banco de la Nación junto con un matrimonio: el hombre fue acribillado en medio de la calle, ella gritaba que también quería morir…” 6 (p. 64)

A 65 años del mayor atentado terrorista sufrido por la Argentina, casi no hay elementos que le recuerden al ciudadano de a pié lo que pasó ese día y -mucho menos- su extraordinaria dimensión y gravedad.

Paseo Colón entre Hipólito Yrigoyen y Alsina. Ningún elemento recuerda lo ocurrido en este lugar. Solamente permanecen, sin señalizar, algunas rajaduras y quemaduras en el revestimiento de granito de las columnas.

En un intento de golpe de Estado, el jueves 16 de junio de 1955, 28 bombarderos de la Aviación Naval y 6 caza interceptores de la Fuerza Aérea ejecutaron con la infantería de Marina un ataque militar principalmente en la zona de Plaza de Mayo matando en sólo cinco horas cerca de 400 personas, entre las 309 identificadas 7 y las calcinadas o destrozadas que nunca fue posible identificar, e hiriendo a miles.

Un observador no especializado podría tener la idea de que intentando matar al presidente algunos aviones lanzaron bombas sobre la Casa Rosada y “por error” mataron unas pocas personas que estaban cerca. O directamente creer que no hubo víctimas, como se omite en algún libro de historia (“la casa de gobierno fue bombardeada por los aviones de la Armada pero los cuerpos militares que debían sublevarse no se movieron y el movimiento fracasó” 8) Nada más alejado de la esencia de aquel ataque. De hecho, la misma expresión “bombardeo de Plaza de Mayo” resulta fría y aséptica contrastada con las particularidades que un puñado de investigaciones (entre otras, 9 10 11 12) rescatan del ocultamiento pero que aún hoy escapan a la conciencia colectiva:

a) además de arrojar más de diez toneladas de bombas, los aviadores ametrallaban a la población en varias calles y plazas, b) las bombas eran de fragmentación: no para destruir edificios sino para matar con esquirlas que destrozaban a las personas en un amplio radio de decenas de metros, c) lanzaron tanques de combustible carbonizando a las personas, d) no fue un ataque sino tres oleadas de ataques aéreos, entre las 12:40 y las 17:40, e) no sólo se atacó la Plaza de Mayo sino también sus alrededores (Plaza Colón, Paseo Colón, Diagonal Norte, etc.) y al menos cinco áreas distantes: Plaza Congreso, el Ministerio de Obras Públicas, el Departamento Central de Policía, la residencia presidencial (donde la actual Biblioteca Nacional), avenida Pueyrredón y Vicente López y una concentración obrera en avenida General Paz y Crovara, f) solamente un cuarto de las bombas cayeron en Casa Rosada y de las 309 víctimas fatales identificadas el 96% estaba fuera de la Casa de Gobierno: caminando, almorzando en la plaza, viajando en trolebús o en auto, esperando la anunciada exhibición aérea, observando desde balcones o apoyando al gobierno constitucional, g) hubiera habido más víctimas si no fuera porque un suboficial radiotelegrafista de la Armada se negó a transmitir la orden de bombardear la CGT dada por el sublevado ministro de Marina 13, h) uno de los pilotos leales de la Fuerza Aérea, Ernesto Adradas, derribó un avión golpista y puso en fuga a otro, logrando así retrasar más de dos horas la segunda oleada y salvar cientos de vidas. 14, i) las tropas leales del Ejército dominaron la situación sin causar bajas ni heridos entre los sublevados. Como se constató en la Segunda Guerra Mundial, ante la falta de superioridad militar por tierra, los ataques aéreos sirven principalmente para matar civiles 15 (Hobsbawn, p. 49). j) Los responsables de la masacre no solamente eludieron todo castigo al concretarse el golpe del 16 de septiembre, sino que siguieron su carrera militar y muchos ocuparon roles destacados en la última dictadura (v.g. los entonces ayudantes del sublevado ministro de Marina: Emilio Massera, Horacio Mayorga y Oscar Montes, los aviadores Osvaldo Cacciatore, Rivero Kelly, Horacio Estrada, Eduardo Invierno y Carlos Fraguío) o en gobiernos constitucionales (el radical Miguel Ángel Zavala Ortíz como ministro del exterior, el mismo Rivero Kelly como subjefe de la Armada).

En síntesis conceptual, además del intento de golpe de Estado, los autores de la masacre sobrepasaron otros 9 niveles acumulativos de criminalidad, combinación única en la historia del mundo: 1) intentaron un magnicidio (contra autoridades elegidas por el 62 % de los votantes), 2) atacaron a la población civil 3) con las armas que la sociedad les proveyó para defenderla de ataques militares externos, 4) en un día hábil de una ciudad con plena actividad, 5) sin declaración de guerra y tomándola por sorpresa aprovechando un anunciado desfile aéreo, 6) con bombas de deflagración, 7) con tanques incendiarios, 8) con ametrallamiento indiscriminado, 9) luego de rendirse siguieron acribillando a civiles desde el Ministerio de Marina y ametrallando desde los últimos aviones en fuga.

Esta violencia indiscriminada alcanzaba también a antiperonistas que estaban en la zona o que habían ido a la Plaza creyendo que Perón estaba derrocado. Y también bombardearon la catedral como recordó Manuel V. Ordóñez, dirigente antiperonista de la Democracia Cristiana: “Alrededor de las tres de la tarde ¡cómo caían las bombas! Cayó una enfrente donde estaban cinco personas en un balcón. Nunca más se supo de ellas. Y a nosotros, tres amigos que estábamos en el balcón de la ‘Sudamericana’, ¡alabado sea Dios! Cuando nos levantábamos caía otra bomba sobre la Curia. ¡Fue terrible!” 16

Independientemente del conocido conflicto político que le daba contexto y de la participación de un amplio abanico de sectores opositores, el ataque terrorista en sí mismo no deja de ser una decisión particular de una minoría minoritaria extremadamente violenta: un pequeña elite genocida dentro de la minoría electoral que se oponía al gobierno constitucional. El múltiple ataque encuadra prístinamente en el actual concepto de terrorismo: “actos criminales, inclusive contra civiles, cometidos con la intención de causar la muerte o lesiones corporales graves (…) con el propósito de provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en determinada persona, intimidar a una población u obligar a un gobierno (…) a realizar un acto o a abstenerse de realizarlo” 17, con los agravantes de a) haber sido cometido por fuerzas armadas de la propia nación atacada y b) para forzar la renuncia del gobierno constitucional. En las palabras de los golpistas, fue una “acción psicológica” (Noriega, en 18) para “quebrarlo a Perón” (Rivero Kelly en 19) sin la cual “muy difícilmente hubiera habido un 16 de septiembre” (Amadeo, 20).

Tres meses después, para lograr su objetivo en clara inferioridad numérica frente a las tropas leales a la Constitución, la minoría golpista utiliza la misma lógica de extorsión terrorista: luego de bombardear desde el mar los depósitos de YPF en Mar del Plata (foto), amenaza con bombardear la destilería de La Plata y, si es necesario, los tanques de petróleo de Dock Sud: “ordené al crucero 17 de octubre que tomase posición en La Plata y bombardease la destilería a la una de la tarde. Ya le habíamos enviado el telegrama a Perón pidiéndole la renuncia” (almirante Isaac Rojas, citado en 21, p. 14).

Las coincidencias del 16 de junio con el ataque sorpresa de la aviación nazi a la aldea Gernika (1936) abarcan el objetivo de sembrar terror y golpear psicológicamente mediante una masacre indiscriminada a una población civil desprevenida, el tipo de ataque doble con bombarderos y con aviones caza ametrallando a la gente, el uso de bombas incendiarias y la negación de responsabilidades.

Dos años antes, el 15 de abril de 1953, con la misma lógica de eliminar al otro político, opositores habían atentado con bombas en la estación del subte A mientras el presidente le hablaba a una plaza colmada (video). Las seis víctimas fatales, las decenas de mutilados y cientos de heridos han sido omitidas, entre otros, por autores que eligen destacar los daños materiales causados en respuesta al atentado: “luego de que un grupo opositor hiciera estallar dos bombas en un acto peronista, un grupo peronista, amparado por la Policía, incendió tres edificios emblemáticos: el Jockey Club, la Casa Radical y la Casa del Pueblo socialista. Dos valiosas bibliotecas se perdieron en las llamas” 22. Quien solamente se informa por ese texto se informa de las bibliotecas perdidas pero no de las víctimas de las bombas.

De-velar lo silenciado. La negación del bombardeo a Gernika se mantuvo durante toda la dictadura franquista 23. Las víctimas de la masacre de junio de 1955 tuvieron que esperar más de medio siglo hasta que en 2010 una investigación oficial (Archivo Nacional de la Memoria) recuperó su identidad 24. Pero durante ese medio siglo casi todas las marcas fueron borradas 25 (p.79) y el único monumento de consideración, escultura emplazada en 2008 (foto) a partir de una iniciativa de familiares, resulta modesto en sus efectos prácticos por ser poco visible. Contrarrestar las décadas de negación hace necesario reponer las huellas físicas borradas y destacar aquellas que subsisten para que las calles y los edificios muestren la historia de la masacre, convirtiendo cada lugar atacado en monumento y toda la zona en un museo a cielo abierto.

Atentado embajada de Israel: la Plaza Embajada de Israel llama la atención del paseante y se transforma en monumento que nos recuerda que algo terrible ocurrió ahí.

Memoria borrada: ningún elemento nos recuerda el enorme cráter que una de las letales explosiones del ataque produjo en la vereda de Plaza de Mayo.

¿Cuáles son las consecuencias políticas de la indulgencia desmemoriada sobre el hecho que inauguró la violencia a gran escala como método de acción política? Recordar y condenar sin matices parece una condición ineludible para que la política argentina mantenga contenidas las minoritarias pretensiones que todavía reivindican la eliminación del otro.

Responsabilidad dirigente. Habiendo pasado 65 años sería un gran error entender hoy tal crimen de lesa humanidad como un problema entre peronistas y antiperonistas. Sabemos que sobre la impunidad y el silenciamiento de aquella masacre se construyó la dictadura genocida de 1976. Es una responsabilidad social y política de todos los partidos condenar en conjunto aquel crimen y consolidar un consenso para el ejercicio de una política basada en el reconocimiento de los otros como interlocutores válidos en el marco de la protección de los derechos humanos.

En eso, probablemente, la mujer y el hombre común desde entonces entienden mucho mejor que las minorías de palacio que la oposición política consiste en discutir políticas públicas, no en eliminar al otro: mientras aquella minoría terrorista ametrallaba a cualquier transeúnte -incluyendo a los antiperonistas que estaban en la calle-, los antiperonistas de a pié donaban sangre para salvar a los heridos. El cirujano José Alejandro López, entonces subdirector del Hospital Español, recordó: “Cuando llegué, era aterrador. Heridos llenos de barro, sucios, que sangraban de todos lados (…) Faltaba sangre. Planté un pizarrón en la vereda de Belgrano: los heridos de este hospital se mueren por falta de sangre. Sea usted humano y done un poco. Cuatro horas más tarde, teníamos 20 litros; sobró y enviamos el resto al Ramos Mejía. Dieron todos, peronistas y contreras: sé lo que digo, conocía bien a la gente del barrio” 26 (p. 66).


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Gonzalo Herrera Gallo

Gonzalo Herrera Gallo (@gonzhello) es sociólogo de la Universidad de Buenos Aires. Se ha especializado en políticas públicas vinculadas a seguridad pública, derechos humanos, defensa, seguridad del tránsito, derechos sociales y género.

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