Los problemas de las coaliciones políticas argentinas

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Los problemas del Frente de Todos

En un clásico texto de la Ciencia Política, Müller sugería que los partidos políticos maximizan tres cosas: políticas, cargos y votos. Esta dinámica  de los partidos políticos ocurre también al interior de las coaliciones. Cada facción de una coalición busca maximizar sus cargos, sus políticas públicas y sus votos. Encuentran en la coalición una herramienta para lograr sus objetivos dentro de los condicionantes existentes, pero cada partido sigue intentando obtener el máximo beneficio posible para sí.

Esta es también la situación del Frente de Todos. Simplifiquemos, por un momento, para asumir la presencia de sólo dos facciones en la coalición gobernante: una más cercana a Cristina Kirchner y otra más peronista pero no kirchnerista. Ambos grupos parecen tener prioridades distintas en términos de políticas públicas. Esta realidad se hizo  explícita en las discusiones económicas que siguieron a las recientes elecciones primarias. Se siguió manifestando en la discusión sobre el presupuesto. Mientras que el kirchnerismo parece más interesado en políticas que provean recursos de corto plazo a las familias más afectadas por la crisis y la pandemia, el peronismo no kirchnerista tiene un foco en la reducción del déficit fiscal. A grandes rasgos, por supuesto.

Las diferencias se manifiestan también en la búsqueda de cargos. No requiere demasiada explicación: nuevamente los sucesos posteriores a las elecciones hablan por sí solos. Las pujas entre las dos facciones por incrementar su representación en el gabinete se evidenciaron y han derivado en la conformación de un nuevo gabinete que representa una nueva distribución de las fuerzas internas.

Las grandes pujas sobre las políticas y los cargos son comunes dentro de las coaliciones. Lo extraño en este caso es que se hicieron públicas y muy evidentes. ¿A qué se debe esta situación? A que el Frente de Todos no posee una forma institucionalizada de contabilizar el tercer factor enumerado por Müller: los votos. En otras palabras, no es claro si la pérdida de votos que el Frente experimentó en las recientes elecciones se debe a una pérdida de apoyo al ala kirchnerista, a la peronista, o a ambas. Esto es así, a pesar de que Argentina cuenta con una herramienta institucional que permitiría sanear este problema: las PASO. 

La narrativa que predominó luego de las elecciones fue que la pérdida de votos se debió al poco énfasis en la visión kirchnerista de la coalición. Una perspectiva, al menos interesante, dado que los partidos que obtuvieron más votos fueron los de Juntos por el Cambio y otros partidos cercanos a la ideología “liberal”. Es difícil entender la razón por la cual los votantes que decidieron quitar su apoyo a la coalición gobernante se habrían inclinado por opciones que, a priori, se alejan marcadamente de las posiciones ideológicas del kirchnerismo. Es también difícil entender por qué, en 2019, el kirchnerismo tuvo que sumar a Alberto Fernández para poder ganar las elecciones, pero hoy, apunta a la falta de kirchnerismo como motivo de  la derrota. 

Pero lo importante no es cuál es la verdadera razón de la derrota, lo relevante es que la narrativa construida luego de las elecciones marcó claramente una forma de interpretar los resultados: fue la falta de kirchnerismo la que originó la debacle. Solemos hablar del poder en términos de recursos económicos o institucionales, pero tendemos a olvidar el poder simbólico que en muchos casos se asocia con la capacidad de construir ciertas narrativas. Casi como la segunda dimensión del poder de Steven Lukes, que se relaciona con la capacidad de determinar la agenda de temas que se discuten, el poder del kirchnerismo dentro de la coalición se manifestó en la habilidad para empujar ciertas interpretaciones de los resultados de las elecciones y eliminar por completo otras que, en principio, podrían ser más convincentes.

Más allá de eso, el problema del Frente de Todos está claro. Gracias a la existencia de las PASO, las distintas facciones de la coalición podrían haberse presentado por separado y, como consecuencia, las preferencias del electorado sobre cada uno de los integrantes de la alianza hubieran sido mucho más claras y transparentes. Eso hubiera posibilitado una asignación de culpas y responsabilidades mucho más claras y, por consiguiente, una distribución de cargos y preferencias de políticas públicas mucho más ordenada, y sin los costos que el conflicto post PASO inevitablemente traerá.

 

El problema de Juntos por el Cambio

Puede sonar contra intuitivo hablar de un problema para la coalición opositora luego de la abrumadora victoria que ocurrió hace unas semanas. Sin embargo, Juntos por el Cambio se enfrenta al desafío de consolidar su victoria para consagrarse ganador en las elecciones presidenciales que tendremos en dos años. Uno de los problemas a los que se enfrenta es el crecimiento de otros espacios que, a priori, parecen quitarle votos, lo que se manifiesta, por ejemplo, en el crecimiento de Javier Milei en la Ciudad de Buenos Aires.

Una de las estrategias que han sido esbozadas es la de crear una alianza que incluya a Milei. Por ejemplo, Patricia Bullrich sugirió recientemente que esto era una posibilidad una posibilidad. Incluso Mauricio Macri, a pesar de distanciarse de este hace una semana, reconoció que el economista podría sumarse a la coalición. Desde mi punto de vista, una alianza con Milei podría ser un grave error, tanto para Juntos por el Cambio como para la fortaleza institucional de Argentina.

En su reciente libro sobre cómo mueren las democracias, los politólogos Levitsky y Ziblatt destacan cuatro signos para identificar a potenciales autócratas. Primero,  para los autores, un potencial autócrata no tiene problemas en desacreditar las reglas de la democracia. Milei recientemente esquivó una pregunta sobre si cree o no en la democracia.

Segundo, encuentran que un potencial autócrata intenta desacreditar a sus oponentes con afirmaciones no veraces o al menos difíciles de justificar. Milei lo ha hecho continuamente con integrantes de múltiples espacios políticos. Recientemente, lo hizo incluso con Maria Eugenia Vidal, diciendo que, si Vidal gana, Argentina estaría a seis votos de Venezuela.

Tercero, los autores expresan que los potenciales autócratas suelen no oponerse explícitamente al uso de la violencia. Milei utiliza la violencia verbal de manera constante. Recientemente, sus dichos e insultos contra Horacio Rodriguez Larreta tomaron trascendencia, pero constituyen sólo un ejemplo de los múltiples que el economista colecciona.

Finalmente, los potenciales autócratas suelen expresar un deseo por reducir los derechos civiles. Entre otras cosas, Milei se ha manifestado en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, en cualquier caso, y hace frecuentes referencias al «culto a la ideología de género».

Así, Milei presenta ciertos rasgos de lo que los autores llaman un potencial autócrata. Es cierto, es realmente muy difícil imaginar que Milei cuente con el apoyo suficiente como para acceder al Poder Ejecutivo. Sin embargo, lo mismo se dijo en múltiples ocasiones de figuras como Donald Trump y Jair Bolsonaro. Aquí, nuevamente, el libro de Levitsky y Ziblatt nos brinda ayuda. Según los autores, si los potenciales autócratas acceden al poder es porque, en algún momento, los partidos políticos más tradicionales les ofrecen un espacio para competir. Estos partidos tienen una responsabilidad de actuar como gatekeepers ante aquellos que se opongan a las reglas democráticas, pero en muchos casos fallan en hacerlo porque ven una oportunidad para incrementar su caudal electoral por medio de outsiders que tienen cierto nivel de popularidad. El problema, dicen los autores, es que una vez que cuentan con las herramientas que un partido tradicional puede ofrecer, estos outsiders tienden a monopolizar la atención -incluyendo la atención de los medios- y a ganar aún más peso. Al final de la historia, los partidos políticos no pueden contener a estos outsiders -como originalmente pensaban- y terminan cediendo a sus demandas dada su popularidad. 

En otras palabras, son los partidos tradicionales los que suelen validar a los outsiders como candidatos mainstreams y, en el mediano plazo, ofrecerles una vía hacia el poder. Esto también termina siendo perjudicial para los partidos, porque no logran contener a los potenciales autócratas dentro de ciertos límites y, al fin y al cabo, terminan sin poder. Sin embargo, es aún más perjudicial para el sistema democrático en su conjunto: no ejercer la función de gatekeeping puede terminar originando la muerte de la democracia. De nuevo: puede parecer exagerado, pero así es como mueren las democracias en la actualidad, no a través de golpes de estado, más comunes en el siglo anterior. Levitsky y Ziblatt argumentan que, para ejercer su función de gatekeeping, los partidos políticos tienen que rechazar explícitamente a los extremistas y evitar cualquier acto público que pueda interpretarse como una normalización o justificación del extremismo. 

Solemos pensarla rivalidad política como aquella entre partidos opuestos en el sistema democrático. Sin embargo, tendemos a olvidar que la rivalidad política interna puede tener consecuencias muy profundas, tanto para la sobrevivencia de las coaliciones políticas, como para la democracia en su conjunto. El Frente de Todos tiene hoy grandes conflictos internos y Juntos por el Cambio podría tenerlos si Javier Milei se suma a la coalición. Por suerte, existen soluciones, pero las acciones de ambas coaliciones en los próximos meses y años serán fundamentales para el futuro de nuestro sistema político.


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Florencia Barleni

Florencia Barleni es investigadora independiente en el ámbito de las ciencias sociales. Se interesa por temas como el desarrollo económico, la influencia de las ideas en los procesos históricos y el rol de las instituciones en los procesos de toma de decisiones

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