Mercado de carnes: ¿por qué no sirve el intervencionismo?

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Como un déjà vu de marzo 2006, y a solo 28 días de haber creados las DJEC (un ROE con otro nombre) con un supuesto objetivo meramente estadístico, el gobierno anunció la suspensión por treinta días de las exportaciones de carne vacuna. Al momento de escribir estas líneas todavía no hay ninguna reglamentación oficial, solo un comunicado y declaraciones de funcionarios, pero en la Aduana están bloqueando todos los embarques de carne. Rápidamente la mesa de enlace anunció un paro de comercialización por una semana. La memoria de los productores está muy fresca. La última vez que se hizo esto se generó una destrucción histórica. ¿Por qué sería diferente?

A partir de 2005, el gobierno de Néstor Kirchner llevó a cabo una serie de intervenciones sobre el mercado, en todos los eslabones de la cadena cárnica: modificaciones del peso mínimo de faena, controles de precios, creación del ROE, suba de retenciones y, finalmente, en marzo de 2006, la suspensión por 180 días de las exportaciones. Si bien el anuncio de aquel entonces era solo por seis meses, lo cierto es que la comercialización internacional de carne nunca más volvió a funcionar como antes. Recién en 2016 se daría un rápido proceso de normalización.

En el año 2005, el precio interno de la carne estaba subiendo por encima del resto de los precios. Mientras que el IPC mostraba un avance del 9%, el precio promedio del asado (un corte testigo) en las carnicerías crecía 19%. Durante el primer trimestre de 2006, el aumento fue 2,7% y 7,4% respectivamente. Estaban ocurriendo dos cosas. En primer lugar, gran parte de los componentes del IPC ya estaban congelados (tarifas), por lo que el hecho de que un precio libre estuviera subiendo más que un promedio que tiene entre sus componentes precios que están fijos era una obviedad. En segundo lugar, estaba ocurriendo lo que los economistas llamamos un cambio de precios relativos. Esto ocurre en todas las economías de mercado. El sistema de precios funciona así y es lo que permite enviar las señales a la oferta y a la demanda de un bien. Cuando un precio sube por encima del resto, es una señal de escasez relativa para que la oferta se incremente (y esto estaba ocurriendo con la producción de carne en ese momento) y/o para que la demanda se reduzca, buscando bienes sustitutos temporalmente hasta que el nuevo equilibrio con mayor producción le permita a la demanda volver al mismo nivel.

Ante este escenario, la decisión del gobierno fue suspender las exportaciones para forzar artificialmente un abaratamiento de la carne. Esto generó automáticamente una sobreoferta de carne en el mercado interno, una depresión rápida de los precios del ganado en pie y, consecuentemente, una desinversión en el sector, liquidando vientres (el bien de capital de este negocio), lo que llevó a que la tendencia se revirtiera: entre el tercer trimestre del 2006 y el primero de 2008 el precio de la carne subió menos que la inflación general (que ya había sobrepasado el 25%). Es decir que, en términos relativos, la carne se abarató. La prohibición de exportación había cumplido su cometido. Pero este fenómeno estaba destinado a ser temporal porque era el resultado de un ajuste a la baja de las cantidades de animales y, por lo tanto, de carne producida en el futuro cercano. Y esto fue justamente lo que pasó. Cuando se amplía el horizonte temporal, el resultado no pudo haber sido peor: entre 2005 y 2011 cayeron las exportaciones, cayó la producción, se perdieron 10 millones de cabezas de ganado, cerraron frigoríficos, se destruyeron puestos de trabajo y lo que inicialmente fue un abaratamiento transitorio terminó siendo un encarecimiento permanente de la carne. Sí, en 2010 era más caro comprar asado que en el primer trimestre de 2006. En 2005, la inflación fue de 9% y la carne subía 19%; en 2010, la inflación era del 30% y la carne subía más de 120%. La intervención gubernamental en el mercado generó destrucción de riqueza y pérdida para todos: productores, trabajadores, consumidores y el Estado.

 

 

Presentados los datos, un punto que me interesaría refutar es el argumento del “péndulo”, que estuvo muy presente en las últimas semanas en declaraciones de varios analistas, economistas, exfuncionarios, medios de comunicación en general e, incluso, del propio Presidente.

Según este argumento, si bien sería cierto que se perjudicó la producción del sector con la intervención de 2006 (el péndulo político para un lado), esto se habría compensado con un beneficio para los consumidores que accedieron a carne barata. Una vez que la política sectorial se modificó a partir de diciembre 2015 (el péndulo político se movió hacia el otro lado), se habrían recuperado la producción y las exportaciones, pero simultáneamente con un encarecimiento de la carne que hacía prohibitivo su consumo interno: “exportación a costa de la mesa de los argentinos”.

La primera parte del argumento ya fue demostrada falsa. La segunda parte también lo es. Durante los años 2016-2019, se incrementó el stock ganadero en tres millones de cabezas, se produjo más carne (15% más), se exportó más (320% más en toneladas y 260% más en dólares) y el poder adquisitivo de los salarios creció en términos de carne (9,3%). El precio del kilo de asado en las carnicerías argentinas aumentó todos los años entre 2016-2019 por debajo de la inflación general. Un salario promedio pudo comprar 15,6 kilos de asado más por mes durante los años 2016-2019 que durante todo el período 2010-2015, en el que los efectos de la intervención de 2006 se expresaron en plenitud.

Me parece relevante hacer foco en este punto porque, por lo general, la política tiende a pensar los problemas económicos puramente como juegos de intereses en los que unos pierden para que otros ganen. Pero no, cuando la intervención gubernamental es mala, lo que ocurre es destrucción de valor y pérdida para todos. Esto es lo que pasó en el período 2005-2015. Y cuando se elimina una intervención mala, e incluso se la reemplaza por una política pública buena, hay creación de valor y ganancias para todos. No es cierto que la política económica es un péndulo que de un lado beneficia a unos y del otro lado beneficia a otros. La mala política económica destruye valor y la buena política económica genera las condiciones para crear valor.

Para cerrar, tres reflexiones:

  • Los gobiernos tienen que dejar de pensar que pueden controlarlo todo. En ese afán, traban el funcionamiento de los mercados y esto lleva a consecuencias exactamente opuestas a las que buscaban. ¿Esto significa que ante el encarecimiento de la carne no hay que hacer nada? Depende. Es una decisión de política económica. En algunos meses del año pasado, en Uruguay, con salarios creciendo al 7,5% anual, la carne llegó a subir más de 34% con una inflación general de 11%. Algo similar pasó en Brasil. Estaba habiendo un cambio de precio relativo. Nunca se les ocurrió a los gobiernos de esos países suspender las exportaciones de carne. Si se considerase que Argentina está en una situación más complicada y no se puede permitir la inacción ante el aumento del precio de la carne, se podrían aumentar las transferencias monetarias a los segmentos de la población más pobres. Eso sería un subsidio focalizado a la demanda y temporario. De esa manera, se protegería el poder adquisitivo, pero de forma sustentable, sin romper el mercado y sin encarecer la carne para todos en un par de meses.

  • Se dice que el sector no está colaborando con el país en estas circunstancias. En primer lugar, esto denota una forma de pensar la economía equivocada. Pareciera que el aumento del precio es una decisión de un grupo de empresarios cuando el mercado ganadero es uno de los más desconcentrados de la economía argentina. El precio es un equilibrio resultante de un proceso de interacción entre la oferta y la demanda. Pero, más allá de eso, la cadena de valor de la carne, desde el año 2016, ha incrementado su producción y empleo en una economía en recesión, ha producido alimento a precios más baratos que en el resto del mundo y es el complejo exportador que más ha incrementado sus exportaciones, pasando de aportar apenas 1.000 millones de dólares a 3.500 millones de dólares anuales. ¿Qué más se le puede pedir a un sector?

  • Este tipo de políticas son las causantes de lo que después se denomina “restricción externa”. Argentina no tiene particularidades que hagan que las exportaciones no puedan crecer y nos quedemos sin dólares, lo que nos lleva a devaluar, licuar los salarios y entrar en recesión. Argentina se empeña en aplicar políticas anti-exportadoras, que hacen que produzcamos menos dólares, que generan devaluación, que licúan los salarios y que provocan recesión. Prohibiendo la exportación de carne, o de cualquier otro bien o servicio, estamos atentando contra el salario real de todos los trabajadores de la economía. Lo hicimos muchas veces ya. Lo estamos volviendo a hacer.


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Matías Surt

Economista (UBA) y Máster en Economía (UCEMA). Director y Economista Jefe de Invecq Consultora Económica. Profesor de Macroeconomía y de Crecimiento Económico de la Universidad de Buenos Aires

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