Por qué importa cómo se cubre la violencia de género en los medios

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La conmemoración por el día internacional de la mujer visibilizó una vez más en la calle y en las pantallas las luchas del movimiento feminista por la igualdad de género y la libertad de los cuerpos. Este año, las organizaciones marcharon principalmente en contra de la violencia de género, en el marco de una pandemia que ha acentuado desigualdades y situaciones de violencia de toda índole. Anteayer se conmemoró también en Argentina el día nacional de la lucha contra la violencia de género en los medios. A la luz de estos eventos, en este artículo argumento por qué la representación en los medios de la violencia de género importa y tiene consecuencias reales en la manera en que la ciudadanía concibe a este problema.

A partir de un análisis etnográfico con varones cis presos por cometer delitos sexuales, Rita Segato argumenta que la violencia de género no es el resultado de patologías individuales, sino que es una forma de reproducir el poder de ciertas identidades sobre otras, dentro de un sistema patriarcal. Esta perspectiva supone que la violencia de género, entre otros factores, está enraizada en distintos procesos de subjetivación y socialización. En este sentido, la cobertura de la violencia de género en los medios es una de las tantas y diversas instancias de socialización que puede colaborar a asentar, o a alterar, las desigualdades de géneros.

¿Pero cómo? En primer lugar, experimentos de encuesta encuentran de manera consistente que la manera en la que se enmarca o se presenta a problemas sociales y políticos en los medios puede afectar la percepción que la ciudadanía tiene sobre atribuciones de responsabilidad, así como las percepciones sobre las causas y posibles soluciones a estos problemas. En el caso de la violencia de género, los medios en Argentina aún priorizan una cobertura “episódica”. Es decir, se habla de violencia de género a partir de un caso particular y extremo -en general, un femicidio- en el que se hace foco en factores situacionales e individuales en el contexto de la víctima y se patologiza al agresor. Es decir, se presenta la narrativa del varón “monstruo”, quien perpetúa un horror que es inconcebible y, por ende, una anomalía social. Por el contrario, cubrir a la violencia de género desde un marco “temático” sería contextualizar socialmente al caso dentro del contexto de las desigualdades de género. Por ejemplo, al no recaer en estereotipos de “crímenes pasionales”, ofrecer estadísticas que ejemplifiquen la prevalencia social de la violencia de género o citar a fuentes expertas que puedan ofrecer una perspectiva de género sobre el caso.

¿Cómo pueden influir estos distintos marcos noticiosos en la formación de opiniones? Estudios demuestran que cuando se presenta a las noticias con marcos episódicos esto conduce a atribuir responsabilidades individuales de los hechos ocurridos. En el caso de la violencia de género, a patologizar al agresor como “desviado” y ajeno a las estructuras y condiciones sociales. Entender a las instancias de violencia de género como casos de una anomalía “monstruosa” es ignorar que las violencias extremas son la “punta del iceberg” de un entramado cultural, social e institucional misógino. Por el contrario, los marcos temáticos favorecen la comprensión ciudadana de instancias violentas como parte de problemas sociales y culturales y de desigualdades de género históricas. En última instancia, la diferencia entre percibir a un problema como una situación privada y extrema entre terceros o como una expresión extrema de condiciones singulares, pero también culturales y sociales de desigualdad, puede influir en lo que las personas sienten que pueden hacer al respecto de este problema.

En segundo lugar, los medios suelen construir narrativas de “buenas” y “malas” víctimas que se “merecen” más, o menos, la violencia recibida. Estas narrativas también pueden influir en cómo la ciudadanía entiende a la violencia de género. Por ejemplo, se toman características individuales y contextuales de las vidas de las víctimas para culpabilizarlas de manera más o menos directa por la violencia recibida. A veces se cuestiona si la víctima decidió o no denunciar ante la justicia o se hace referencia a cuestiones de celos o a relaciones sexo-afectivas con otras personas como las razones por las cuales el agresor decidió violentarla. Otras, se mencionan datos irrelevantes sobre su vestimenta, si estaba sola, si había consumido alcohol o si le había mentido a la familia, como si acaso algo de esto “explicara” la violencia recibida.

Estos procesos de culpabilización también están atravesados por cuestiones, por ejemplo, de clase social. Autoras argumentan que mientras que a las víctimas de clase media o alta se las presenta como “angelicales”, a las de bajos recursos se las criminaliza: se recalcan cuestiones de consumo de drogas, alcohol o se las culpa por elegir “malos entornos”. Por ejemplo, poco antes del Ni Una Menos (otra era) y ante la desaparición de la adolescente Melina Romero, quien apareció asesinada días más tarde, Clarín tituló: “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. En la nota se menciona que Melina tenía varios piercings, cinco cuentas de Facebook, que se peleaba con la madre y una vez se había escapado y que se despertaba al mediodía. Ante un caso de un secuestro o un robo a mano armada, por ejemplo, ¿se resalta como un factor relevante la vestimenta de la víctima o la hora a la que decidía despertarse? Las narrativas de culpabilización de las víctimas son una forma de decirle a las mujeres y a otras disidencias que la responsabilidad de evitar ser violentadxs es de ellxs. En última instancia, la cultivación en los medios del miedo y del riesgo a ser victimizadxs es una forma de control social de los cuerpos de las mujeres y las disidencias y un adoctrinamiento sobre lo que quiere decir ser libres: “Si querés ser libre -sobre tu cuerpo, tus decisiones, tus actividades-, ya sabés qué te puede pasar.”

En última instancia, la cultivación en los medios del miedo y del riesgo a ser victimizadxs es una forma de control social de los cuerpos de las mujeres y las disidencias y un adoctrinamiento sobre lo que quiere decir ser libres

A través de experimentos, se ha hallado que la manera en que se representa a las víctimas de violencia sexual y de género afecta el nivel en el que las audiencias las culpabilizan. En España, cuando se describió que víctimas de violencia sexual habían tomado alcohol, se las consideró más responsables y culpables por la violencia recibida. En Estados Unidos, al decir que además la víctima estaba usando ropa que mostraba su cuerpo, se la consideró como más interesada en un encuentro sexual y por ende al agresor menos culpable. Con respecto a cuestiones de género y sexualidad, en Inglaterra varones gay y mujeres heterosexuales eran más culpabilizadxs que otros grupos por una violación de un varón cis. Esto sugiere que se culpabiliza o se duda más de las víctimas cuando se presume que éstas podrían haber llegado a tener deseo sexual por el agresor. Es decir, se percibe erróneamente al abuso sexual como consecuencia del deseo y no como una cuestión de poder.

Cada persona usuaria de medios es un ser complejo atravesado por vivencias particulares, ideologías, diversos consumos culturales y otras muchas circunstancias. Sin embargo, en su conjunto, esta evidencia sugiere que la manera en que los medios representan a la violencia de género y a sus víctimas puede impactar en cómo la ciudadanía forma opiniones acerca de la gravedad de este problema. En última instancia, esto puede jugar un rol en qué hacemos individualmente y qué demandamos de otrxs y de las instituciones para responder y desarraigar a este problema social.

El movimiento feminista en Argentina, acompañado por numerosxs periodistxs y comunicadorxs feministas pionerxs e imprescindibles (los ejemplos abundan, como acá, acá, acá, o acá), ha logrado muchísimo en los últimos años. A la par, distintos medios alternativos irrumpen diariamente estas lógicas en la representación de la violencia y por ende son también indispensables. Sin embargo, resulta urgente que estos cambios ocurran donde está una gran parte de la audiencia, como son los medios masivos, y para eso aún queda mucho camino por andar.

Es claro que aún hace falta más representación de mujeres y disidencias en medios, tanto adelante y detrás de escena y sobre todo en posiciones de toma de decisiones. La aprobación en el Senado el año pasado de la ley de equidad en la representación de géneros en los medios ya es un paso enorme en esta dirección. Además, la formación en comunicación debe profundizar la educación en perspectiva de género, para que ésta sea transversal a la cobertura de distintos temas, no sólo aquellos de violencia extrema y sólo cuando se dañan ciertas identidades. Ante casos puntuales de violencias, los medios también deberían citar y entrevistar a expertxs en género y a referentes de las organizaciones feministas, quienes son en muchas instancias las personas que más saben de los casos particulares. Por último, para generar un cambio social sostenido y transformador, es imprescindible y urgente que los comunicadores varones interpelen a sus pares (en las pantallas y fueras de ella) y se sumen a la compleja y dura labor de deconstruir la reproducción simbólica de la violencia.


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Celeste Wagner

Celeste Wagner es candidata a doctora en comunicación por la Universidad de Pensilvania, posee una maestría en comunicación por la misma universidad y es licenciada en comunicación por la Universidad de San Andrés. Investiga temas de comunicación política, género, desigualdades interseccionales y audiencias.

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