Amor y amistad: la otra cara de las memorias escolares sexo-diversas

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A quienes transcurrimos el secundario dentro de algún closet, la reciente serie de Netflix HeartStopper nos conectó con algo que, a veces, añoramos que nos hubiera sucedido: un romance adolescente. En las redes sociales asomaron los lamentos por no haber tenido un Nick a quien besar de manera correspondida, o amistades de hierro como las de Tao, Elle e Isaac. En cambio, para sorpresa de nadie, sobraron los relatos de las agresiones de compañeros que muchos recibieron por ser señalados como diferentes. Me gustaría resaltar estos tres componentes de las experiencias escolares de quienes forman parte de las diversidades sexo-genéricas: los amores, los apoyos y los acosos.

Hace un tiempo, en un texto con un colega reflexionamos sobre las memorias escolares de varones gays. Por lo general, cuando les pedíamos que nos contaran su paso por el secundario, la primera imagen que se les venía a la mente era la “una etapa que por suerte ya se terminó”. Los recuerdos que impregnaban al colegio solían ser tristes, amargos, duros. Luego, llegaba el momento de la descripción de esas situaciones de acoso, muchas de las cuales correspondían a una acotada pero poderosa fracción de los cinco años que suele durar la escolarización media. Los sinsabores de esas agresiones tiñeron la totalidad de la experiencia escolar.

Propusimos pensar esas memorias escolares como un cartón corrugado, cuya estructura más dura se sostenía por las agresiones y violencias recibidas. Al estirar la parte corrugada vimos que en los pliegues aparecieron dos tipos de situaciones que convivieron, incluso en las mismas trayectorias biográficas, con los acosos. Aparecieron los apoyos y los amores. En ese trabajo, entonces, buscamos desplegar las memorias para concentrarnos en los tres puntos por igual. Por su gravedad, las violencias que reciben les estudiantes de los colectivos de la diversidad sexual y de género han tendido a ser más estudiadas. Las otras dimensiones, en cambio, se mantuvieron replegadas. Me gustaría, entonces, concentrarme en ellas.

 

Apoyos: amistades cruzadas

En una nota de 2013 para el Suplemento Soy de Página 12, Liliana Viola invitaba a prestar atención a una especial alianza que no había sido lo suficientemente explorada: la amistad entre varones gays y mujeres –por lo general, heterosexuales. El título de la nota era muy sugerente: Culo y calzón. Esta extendida frase en Argentina tiene, en la nota de Viola, aires de familia con la figura de la mariliendre en España o la fag hag estadounidense: esa intimísima amiga de gays o putos.

Dante, uno de los chicos que entrevistamos, recuerda a su amiga culo-y-calzón de la secundaria: Camila. Camila era la que se paraba de manos cada vez que iban a la plaza por las tardes y se encontraban con los compañeros del colegio católico al que asistían en la zona sur del conurbano bonaerense allá a principios del 2000. Esos mismos compañeros con quien Dante se llevaba bien en la escuela, en la plaza le gritaban “trolo” y “maricón”. Aunque en el colegio Dante era comunicativo, en la plaza, avergonzado, permanecía en silencio. Camila, no. Ella saltaba a defenderlo. Ella, además, lo apoyó cuando él, tras convencer a su madre, logró cambiarse a una escuela estatal.

Su amistad implicaba tal nivel de culoycalzonismo que Dante, a casi veinte años del secundario, recuerda con exactitud cómo Camila era el canal a partir del cual vivir toda la parte amorosa y romántica de la adolescencia; algo que este fanático de las telenovelas de Thalía añoraba pero, por el momento, no tenía. Camila le contaba cómo era chapar con diferentes hombres y su amigo no podía evitar —y capaz que tampoco lo quería— armarse toda la película de esos primeros besos adolescentes. Besos que él comenzaría a dar unos años después, ya cuando el secundario hubiera quedado en el pasado.

Aunque el paso por el secundario de Dante no haya sido el mejor, especialmente en aquel colegio católico, fue atemperado por una estrecha amistad con Camila. Ella lo apoyó y lo ayudó a enfrentar a quienes lo agredían, como hace especialmente Tao en HeartStopper. Aquí yace una diferencia. La mayoría de quienes sirvieron de apoyo en las memorias escolares de los varones gays que entrevistamos fueron mujeres cis heterosexuales. Ellas, además de defenderlos, eran quienes en ocasiones los ayudaron a experimentar por carácter transitivo esas primeras experiencias eróticas-afectivas. A veces, incluso, fueron las celestinas.

 

Amores: noviecitos, garches y platónicos

Mientras Alejo asistía a un colegio universitario en la Ciudad de Buenos Aires, se sancionaban la ley de Matrimonio Igualitario y la de Identidad de Género. Antes de ingresar al secundario, ya le había contado a sus amigas y amigos que “también” le gustaban los chicos. Con el tiempo, el “también” sería reemplazado por un “solo”. Sea como fuere, sus amigas celestinas le ayudaron a conocerse con otros chicos más jóvenes de grados inferiores. Alejo recuerda que con uno de esos noviecitos solían buscar un lugar en el colegio para besarse sin ser vistos, tal como hacían quienes estaban en vínculos heterosexuales.

Sin tanto romanticismo como el de Charlie y Nick, Alejo salió con algunos compañeros durante el secundario. En contraste, los pliegues de las memorias escolares de muchos otros varones se componen menos de relaciones “ingenuas” y más de juegos “sexuales”. Rodrigo, que más o menos en la misma época que Dante asistió a diferentes colegios en la Ciudad de Buenos Aires, recuerda que con un compañero solían ir a la terraza de la casa de sus padres para masturbarse juntos. Eso que comenzó como un juego en el marco de una competencia para ver quién acababa más lejos, se volvió una costumbre que se extendió durante varios años, sin que la novia del compañero de Rodrigo fuera un impedimento.

Muchos otros ni salieron con compañeros ni jugaron eróticamente con ellos. Sin embargo, sí tuvieron experiencias amorosas a partir de lo que deseaban, de lo que soñaban, de esa suerte de amores platónicos. Cuando repasábamos las historias amorosas de estos varones y les preguntábamos sobre amores platónicos o imposibles, más de uno desempolvó aquellos del secundario. Marcos recuerda lo perdidamente enamorado que estuvo del súper simpático Equi, que era dos años mayor. Esperaba ansioso salir al patio durante el recreo y que Equi pasara, y en ese típico juego de pellizcarse unos a otros, lo tocara. Hasta llegó a comprarse un CD de La Renga y aprenderse de memoria todas sus canciones, banda que mucho no le gustaba pero que era la favorita de Equi.

En estos amores aparecen algunos contrastes con la serie. El amor de Charlie y Nick se adapta mejor al modelo que “nos gusta”: tierno, sutil, compañero, sensible. Aunque no fuesen cortados por las mismas tijeras, las memorias escolares de los varones gays también se componen de otros moldes de amor. Algunos más pragmáticos como la relación de Alejo con su noviecito, otros más subidos de tono como el juego de Rodrigo con su compañero, y otros más idealizados y unidireccionales como el de Marcos y Equi. ¿Podría esa pluralidad orientar estrategias para pensar las diversidades sexo-genéricas en las aulas?

 

¿Políticas a partir de la amistad y el amor?

Como dije más arriba, por lo general los acercamientos hacia la cuestión de la diversidad sexo-genérica en el ámbito educativo suelen centrarse en las amargas experiencias de violencia y acoso que se tradujeron en la estructuración de la rigidez de las memorias escolares. Esa premisa fue la que orientó no sólo investigaciones y reflexiones teóricas, sino también políticas y acciones concretas para erradicar las violencias del aula.

Sin embargo, me pregunto qué sucedería si no sólo la premisa para abordar la cuestión de las diversidades sexuales y genéricas fuera el acoso. Si a ese elemento se le incorporaran los apoyos y los amores como bases a partir de las cuales pensar las estrategias de intervención en esa materia, tal vez se podrían alcanzar otras dimensiones y matices. De ese modo, es probable no sólo que se redujeran los acosos, sino que además se reforzaran los sostenes en los que se apoyan quienes lo padecen y tal vez muches más se animaran a experimentar deseos —en sus múltiples modalidades— no heteronormados. A partir de las políticas basadas en la amistad y en el amor tal vez podamos conseguir que los Charlies y los Nicks, acompañados de les Taos, Elles e Isaacs, dejen de ser utópicos personajes de una serie de televisión para habitar, de diferentes modos, las múltiples escolaridades.


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Maximiliano Marentes

Maximiliano Marentes es sociólogo. Becario posdoctoral de CONICET, docente e investigador en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Investiga sobre género, diversidad sexual, amor y familias.

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