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Copérnico descubrió que no somos el centro del universo, la tierra orbita alrededor del sol. Darwin que no fuimos creados de manera “especial”, somos descendientes del mundo animal. Estos descubrimientos pusieron en jaque a nuestro sentido colectivo de superioridad humana. Con el cambio climático sucede algo parecido, nos recuerda que no somos superiores a la naturaleza, sino parte de ella. Al no internalizar sus límites, al no superar la ficción de que somos un sistema separado, nos condenamos a nosotros mismos. Tenemos una responsabilidad enorme: somos la última generación que puede evitar daños irreparables.

Como la ciencia advierte hace décadas, la causa del calentamiento global es nuestra emisión desaforada de gases de efecto invernadero (GEI), que provoca que se retenga demasiada radiación dentro de la atmósfera y, en consecuencia, aumente la temperatura media mundial. Al hacerlo, se generan desequilibrios en los factores climáticos y ecológicos necesarios para sostener la vida que, al re-acomodarse, traen consecuencias peligrosas e irreversibles. Por ejemplo, el calentamiento del océano causa una expansión térmica que, en conjunto al derretimiento de glaciares, incrementa el nivel del mar y con ello la presencia de inundaciones costeras extremas. Para evitar catástrofes, el IPCC advirtió que debemos mantenernos por debajo de un aumento de 1,5ºC, pero ya estamos en uno de 1ºC, y, si seguimos igual, el pronóstico más conservador afirma que entre el 2030 y 2050 vamos a llegar a los 1,5ºC -para profundizar en los peligros de sobrepasar los 1,5ºC, puede verse este documento.

Buenos Aires, Argentina con un calentamiento promedio mundial de 1,5°C con respecto a niveles pre-industriales (izquierda) y de 3°C (derecha). Fuente: Climate Central (2020)

Este escalofriante escenario, que algunos no dudan en llamar el mayor desafío en la historia de la humanidad, demanda que cada uno de los países del mundo reduzca drásticamente sus emisiones de GEI. En Argentina, debido a que el 86% de la energía que utilizamos se genera con la quema de combustibles fósiles, el sector económico que más emite GEI es la industria energética (53%). La energía es un bien que no tiene sustitutos: la necesitamos para satisfacer nuestras necesidades. Sin embargo, sí podemos reemplazar una fuente por otra. La energía renovable permite superar la restricción que está colocando el cambio climático al uso de combustibles fósiles. Ahora bien, siendo que en Argentina solo aportamos el 0,6% del total de GEI emitidos a nivel mundial : ¿qué sentido tiene para nosotros invertir en transformar nuestra matriz energética y productiva para hacerla sustentable? Y la respuesta es: mucho más de lo que se cree. En primer lugar, porque la emisión per cápita de GEI de Argentina está por encima del promedio de los países del G20 -grupo responsable de aproximadamente el 80% de las emisiones mundiales. En segundo lugar, porque Argentina tiene compromisos internacionales de reducir sus emisiones a 2030 (Acuerdo de París), pero, fundamentalmente, porque podría ser una auténtica ventana de oportunidad para el desarrollo y la inserción internacional.

La urgente necesidad de acción frente a la crisis climática y ecológica está forzando en todo el mundo un cambio de paradigma: el cuidado del ambiente no es una opción ética o un costo a pagar, sino un imperativo a partir del cual el sistema económico mundial debe reordenarse. Y así está ocurriendo. El precio de las energías renovables es cada vez más competitivo frente a los hidrocarburos y la tendencia es la descarbonización: España decidió cerrar su último yacimiento petrolífero , China lanzó su primer mercado de carbono nacional en 2017 y la Unión Europea se comprometió a ser carbono-neutral a 2050 . La carrera innovativa que se desata premiará con beneficios extraordinarios a quienes tomen la delantera e, inevitablemente, terminará también acorralando a quienes queden rezagados: desde una perspectiva comercial, de acuerdo a un estudio de la UTDT , se observa una tendencia creciente al uso de condicionamientos basados en criterios ambientales y climáticos como argumento para restringir el acceso a los mercados, haciendo menos competitivos aquellos bienes provenientes de países con legislación laxa en la materia. Éste es precisamente el caso del impuesto que planea implementar la UE como parte de su paquete de recuperación post-COVID: “a partir del 2023 habría un impuesto sobre los bienes importados a la UE desde países con estándares de emisiones de carbono más bajos que el bloque”.

Pese a este panorama internacional y a que a los argentinos se les reconoce el derecho a un ambiente sano, la perspectiva ambiental no forma parte de las prioridades de los gobiernos argentinos. De acuerdo a un estudio de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales entre 2013 y 2019 los combustibles fósiles recibieron entre el 93 y 98% de los fondos para energías, mientras que las energías renovables apenas entre un 0,3 y 1,7%. La minería, que genera desde el 2015 cada vez menos puestos de empleo, es uno de los sectores con mayores beneficios fiscales.

Al enorme desafío de reducir nuestras emisiones se le suma el de gestionar medidas de adaptación para aquellas consecuencias del cambio climático que ya no podemos mitigar. El sector agrícola, que representa el 7,2% del PBI y el 58% de las exportaciones, es el segundo sector económico que más emite GEI en la Argentina (39%), pero también, uno de los sectores más vulnerables al cambio climático. Por ejemplo, en años de lluvias intensas como el 2015, las inundaciones del terreno pueden llevar a la pérdida de más de un punto del PBI. Para ser más resilientes tendremos que, desde invertir en obras de infraestructura que controlen las crecidas de los ríos, hasta emplear un ordenamiento territorial que incorpore evaluaciones de riesgo e identifique terrenos seguros para los ciudadanos de bajos ingresos . En relación, las medidas de adaptación deberán poner especial énfasis en el impacto del cambio climático sobre los sectores de menos recursos, siendo que las consecuencias del mismo actúan como un amplificador de las vulnerabilidades preexistente: “la desigualdad inicial hace que los grupos desfavorecidos sufran desproporcionadamente los efectos adversos del cambio climático, lo que resulta en una mayor desigualdad posterior”.

Nuestra deuda con la naturaleza no admite refinanciación o reestructuración. No alcanza con sectorizar la problemática en un ministerio, secretaría o agencia de ambiente. Para preservar la vida como la conocemos, es necesario que realicemos transformaciones profundas y transversales en materia de mitigación y adaptación. La problemática es internacional, pero su solución la suma de los esfuerzos domésticos. El aporte de cada país, sector e individuo es fundamental.


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Delfina Godfrid

Delfina Godfrid es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de San Andrés, y está realizando una Maestría en Economía y Derecho del Cambio Climático en FLACSO.

Ana Julia Aneise

Ana Julia Aneise es Licenciada en Economía por la Universidad de Buenos Aires, y está realizando una Maestría en Economía y Derecho del Cambio Climático en FLACSO.

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