La necesidad de integrar las villas

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Alrededor del mundo, y en la Ciudad de Buenos Aires, avanzan programas para integrar los asentamientos informales.

En la Argentina existen más de 4.000 barrios y asentamientos informales. Alrededor de 3,5 millones de personas viven en la informalidad. Los problemas que acarrean son bien conocidos por todos: menores estándares de vida, salud, educación y enormes diferencias con el resto de las ciudades en el acceso a oportunidades económicas.

Tomando un ejemplo, comparando los indicadores de la Ciudad de Buenos Aires con un relevamiento realizado en 2016 en el Barrio Mugica (Barrio 31), se observaban casi 40 puntos porcentuales de diferencia en cuanto a la proporción de adultos con secundario completo, la cobertura de salud era la mitad y el acceso a los servicios era completamente informal. Estos resultados son fácilmente extrapolables al resto de los barrios del país, más aún cuando se tiene en cuenta que, por lo general, los demás barrios no se encuentran localizados en el centro de las ciudades.

Aun así, y a pesar de que existen estructuras estatales a nivel nacional cuya misión es trabajar sobre estas problemáticas, en el país son pocos los programas de integración de barrios y asentamientos informales, más allá de la construcción de infraestructura básica (que tampoco es muy frecuente). La Ciudad de Buenos Aires es la excepción, con importantes proyectos integrales en marcha en los Barrios Mugica, Fraga y Rodrigo Bueno, entre otros.

Estos proyectos representan un cambio de paradigma que va en línea con la tendencia mundial, pasando de una política de erradicación a lo exactamente opuesto: permitir a los residentes de los asentamientos quedarse donde siempre vivieron. Las razones son múltiples, pero pueden sintetizarse en dos cuestiones. Primero, desde una lógica gubernamental, las políticas de erradicación fracasaron: los barrios volvieron a formarse y poco se hizo para que aquellas familias que habían sido desplazadas pudieran tener, de una vez por todas, acceso a la educación, salud y desarrollo económico. Segundo, desde una lógica social, ¿no era hasta descabellado pensar que simplemente por mudar a alguien a 30 km. de donde vivió por años se solucionaba el problema? El Barrio Ejército de los Andes, en el Partido de Tres de Febrero, es el ejemplo paradigmático. Nacido en los ‘70 para relocalizar forzosamente a los habitantes del Barrio Mugica de Retiro, hoy enfrenta prácticamente los mismos problemas en términos de pobreza y exclusión.

La pandemia expuso estos problemas, y la necesidad de avanzar con mayor rapidez en una alternativa: la integración. Como ya fue expresado, esta política no sólo implica la construcción de infraestructura. Las cloacas, las redes de agua potable y de energía eléctrica, calles y demás obras son necesarias, pero no suficientes. También debe hacerse foco en la construcción de viviendas (o la mejora de las existentes), escuelas, centros de salud, la conexión con el transporte público y desarrollar políticas públicas de formalización, inclusión financiera e integración de las economías barriales. El desarrollo de un marco legal adecuado para tales intervenciones, la regularización dominial y el trabajo participativo con los habitantes de los barrios son también aspectos fundamentales a tener en cuenta.

La concepción de integración socio-urbana es, en definitiva, ir más allá de la mera urbanización, avanzando también en el plano social y económico, de manera de transformar el aspecto urbano y, en simultáneo, las perspectivas de desarrollo de los barrios y ampliar las oportunidades para sus habitantes.

Pero aun así es válido el interrogante ¿por qué seguir si fue justamente en esos barrios donde la C.A.B.A. tuvo su primer pico de casos de coronavirus? La respuesta es sencilla: la integración no solamente no se consigue de un día para el otro, sino que es, fundamentalmente, una política cuyos principales resultados son a largo plazo. Esto implica que niños y niñas tengan la posibilidad de hacer toda su escolaridad en el sistema público cerca de sus hogares, con acceso al sistema de salud ante una enfermedad y con direcciones formales que los alejan de la estigmatización de pedir un trabajo sin tener un domicilio, todo esto por encima de las cloacas y del cemento.

Integrar los barrios informales es igualar oportunidades en las ciudades, incorporar a más de 3,5 millones de personas al circuito formal y, en lo más profundo, crear las condiciones para que las próximas generaciones tengan un futuro mejor.


** Este artículo se escribió en el marco de la materia «Diseño e Implementación de Políticas Públicas en Argentina» de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad Torcuato Di Tella.


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Benjamín Graf

Benjamín Graf es asesor de comunicación, relaciones institucionales y prensa en la Secretaría de Integración Social y Urbana (GCBA). Es graduado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella, donde actualmente también cursa la Maestría en Políticas Públicas (MPP).

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