La polarización simbiótica

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En un muy citado artículo académico de mediados de los ’90, los economistas Cukierman y Tommasi intentaban explicar la razón por la cual muchos de los cambios sustantivos en las orientaciones de políticas públicas suelen ser implementados por los partidos que, a priori, parecerían los menos proclives a llevarlas a cabo. Por ejemplo, en Argentina, Menem implementó las reformas estructurales a pesar de su pertenencia al peronismo y de haber prometido una revolución productiva. Paz Estenssoro en Bolivia siguió una línea similar. Francia privatizó parte de su sector público durante la década de 1980, bajo la presidencia socialista de Mitterrand.

El articulo explica estos cambios de una manera sofisticada y clara. Pero la idea general puede resumirse de manera intuitiva: cuando una política típicamente asociada a la derecha es implementada por un partido usualmente considerado de izquierda, el público tiene menos motivos para sospechar que la política de derecha se propone únicamente debido a las tendencias ideológicas naturales del partido en el poder. Es decir, puede percibirse como una política motivada objetivamente.

Muchos pensaron que algo similar ocurriría durante los primeros dos años del actual gobierno argentino. Dada la situación económica, la necesidad de reducir el déficit fiscal es imperante. Caso contrario, la inflación seguirá aumentando como producto de la emisión monetaria -y la falta de acceso a los mercados de crédito no permite otras opciones para sanear el déficit. Alcanzar el equilibrio fiscal es una condición necesaria para lograr una economía más ordenada que permita el crecimiento. Dejemos por un momento de lado la discusión sobre la veracidad de estas afirmaciones -admito que no todos coincidirán conmigo-, pero concordemos en que, al menos, este ha sido un objetivo explícito de los tres ministros de economía que han formado parte de este gobierno.

Siguiendo a Cukierman y Tommasi, podría asumirse que el gobierno tenía una clara oportunidad para perseguir una política de equilibrio fiscal. Por empezar, tenía el deseo de hacerlo, o al menos así lo manifestaron sus ministros de economía desde el momento cero. La oportunidad radicaba en el hecho de que, como coalición peronista de la cual el kirchnerismo es una parte fundamental, las reformas probablemente hubieran sido consideradas como necesarias, aunque no sin sus costos, claro. Pero por algún motivo, los dos primeros ministros de economía no pudieron triunfar en la implementación de este tipo de reformas y, en el caso del tercero, aún está por verse. ¿A qué se debe este fracaso?

Considero que la respuesta reside en que este fracaso es una de las múltiples manifestaciones de la creciente polarización política que vive nuestro país. La tesis de Cukierman y Tommasi puede ser válida únicamente en contextos que no presentan altos niveles de polarización (no quiero discutir acá si Argentina esta polarizada o no, pero pueden ver mi opinión acá y la de otros acá). Cuando la polarización predomina, el costo de adoptar políticas que se asocian al partido opositor se vuelve mucho más alto. La polarización hace que nuestras posiciones políticas se vuelvan parte de nuestra identidad.

Así, en un contexto de alta polarización, es más probable que existan actores de veto internos que bloqueen las políticas que típicamente se asocian a quienes están del otro lado de la grieta. Cuando la polarización es muy alta, suele haber facciones dentro de los gobiernos para las cuales el umbral necesario para admitir la necesidad de políticas que se asocian al partido opositor es mucho más alto que en contextos de relativamente baja o moderada polarización. En el caso argentino, ese actor de veto al interior del gobierno ha sido el kirchnerismo. Aceptar un ajuste fiscal pone en jaque la identidad del kirchnerismo.

Esta situación es solo un ejemplo que refleja uno de los mayores problemas de la polarización. La polarización no es mala per se, pero en este nivel está afectando la capacidad de generar políticas que produzcan los resultados que nuestro país requiere para emprender el camino del desarrollo inclusivo y sostenible. Muchos podrán decir que, finalmente, el gobierno está adaptando algunas de las medidas necesarias en el ámbito fiscal, pero, en cualquier caso, la dinámica de la polarización produjo un retraso en un área donde el timing es esencial. De cualquier forma, el ejemplo de la política fiscal podría fácilmente trasladarse a otros ámbitos, incluyendo la educación y la seguridad.

En Argentina, los problemas de la polarización se agudizan en un contexto de falta de resultados tanto por parte de los gobiernos de la coalición gobernante como de la coalición opositora cuando tuvo la oportunidad de ser gobierno. En un escenario en el cual la política argentina no produce resultados positivos desde hace al menos diez años, proteger la identidad se vuelve aún más importante, porque se transforma en el único factor diferencial entre los partidos. Mas allá de los intentos y de resultados parciales, Argentina no ha logrado tener buenos resultados económicos estructurales y sostenidos bajo ninguno de los polos. Cuando no se pueden mostrar resultados, recurrir a la identidad y enfrentarse “al otro” son herramientas aún más útiles.

No tiene sentido preguntarnos si la polarización social es una respuesta a la de la elite política o viceversa; en la práctica, se refuerzan mutuamente. Una elite polarizada apela a clivajes identitarios que tienden a polarizar a la sociedad y, en respuesta, los políticos se polarizan aún más. Ezra Klein, en su libro Por qué estamos polarizados, sostiene que, en algún punto, ante la necesidad de decidir la posición frente a una política, los ciudadanos dejan de preguntarse qué es lo que esta política puede hacer por mí y pasan a preguntarse qué es lo que esta política dice sobre mí. Esta dinámica tiene que ser aún más fuerte cuando los resultados tienden a ser negativos independientemente de la posición, como viene ocurriendo en Argentina.

Así, en nuestros tiempos estamos viviendo las consecuencias de una polarización simbiótica. La polarización les sirve a los actores de ambos lados de la grieta, especialmente dada la falta de resultados. La construcción de un otro suplanta a los resultados de política pública como aglutinador de preferencias. Fomentar la polarización es racional desde el punto de vista de cada una de las dos principales coaliciones. El problema, claro, es que, en el proceso, Argentina se convierte en un país más pobre, menos competitivo y con menos potencial. Lo que es racional desde el punto de vista de los actores políticos produce resultados negativos para el conjunto de la sociedad. La polarización es simbiótica para los actores políticos, pero destructiva para el conjunto social.

La simbiosis, sin embargo, no puede funcionar en el mediano plazo. Una erosión significativa de nuestra calidad democrática o la constante falta de resultados que empeoran las condiciones de vida de la población serán también negativas para quienes hoy se benefician de la grieta. Todo ello sin siquiera mencionar la potencial emergencia de outsiders que puedan erosionar fuertemente la calidad de nuestras instituciones. La polarización simbiótica es una trampa intertemporal.

Durante años, muchos anhelaban la cristalización de un sistema bipartidista en Argentina, con la esperanza de que trajera resultados y mayor accountability. Hoy, que estamos mucho más cerca de tener un sistema con dos grandes coaliciones, no tenemos más resultados ni más accountability. ¿La razón? El bipartidismo está siendo acompañado de una polarización simbiótica. ¿Pero, hay alguien que realmente piense que la dinámica política que estamos viviendo en Argentina pueda llevar a resultados positivos en el mediano plazo? Si la respuesta es no, es hora de replantearnos el enfoque.

Mientras tanto, en el corto plazo hay dos elementos que, potencialmente, pueden crear el margen para implementar las políticas necesarias incluso en un contexto de alta polarización y esquivar el poder de los actores de veto internos. El primero es una realineación política, típicamente guiada por un líder que pueda juntar los apoyos necesarios para minimizar el impacto de quienes quieren bloquear las políticas al interior del gobierno. El segundo es un agravamiento de la crisis que, al fin y al cabo, logre sobrepasar el umbral hasta el cual los actores políticos no están dispuestos a implementar políticas que pueden contradecir su identidad. Esperemos que no sea el segundo.


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Martín De Simone

Martín E. De Simone (@desimonemartin) es Master en Políticas Públicas por la Universidad de Princeton, donde también tiene una especialización en Desarrollo internacional, y licenciado en Ciencia Política por la Universidad de San Andrés. Martín se especializa en políticas de desarrollo humano, de educación y contra la violencia. Actualmente, es especialista en educación en el Banco Mundial, donde trabaja en diseño, implementación y evaluación de proyectos educativos en África Sub-Sahariana y en análisis de temas educativos y de capital humano a nivel global. Antes de unirse al Banco Mundial, Martín trabajó para varios gobiernos, think tanks y organizaciones de la sociedad civil en la intersección entre desarrollo humano, educación y violencia, así como en reformas institucionales, tanto en Argentina como en Europa, Africa y America Latina. Martín fue Director de Articulación Educativa de la Seguridad en el gobierno argentino, donde lideró varios programas en coordinación con universidades nacionales. Es también miembro del Centro de Desarrollo Humano de la Universidad de San Andres y del Centro de Políticas Estratégicas y Asuntos Globales de la misma institución. Martin es además co-fundador y director de Abro Hilo, una iniciativa para fomentar el debate sobre temas estratégicos para el desarrollo de Argentina.

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