Las elecciones competitivas no son suficientes para detener la corrupción

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La ola reciente de escándalos de corrupción en América Latina, con el ejemplo prominente del caso Lava Jato en Brasil y otros países vecinos, aumentó mi interés en los intercambios corruptos entre políticos, burócratas y empresarios. Al empezar a pensar sobre el tema desde una perspectiva de ciencia política durante mi doctorado, el aspecto que encontré más interesante fue en un principio la interacción estratégica entre los políticos y sus socios corruptos. Si la raison d’être de corrupción en la obra pública es el “sobreprecio”, entonces para ser corruptos de la forma más eficiente posible los políticos necesitan información sobre el costo real de la obra pública. En otras palabras, la coima es igual al presupuesto de los proyectos de construcción menos su costo real. Entonces, para maximizar su “coima” dada la restricción presupuestaria, un político que asigna a su socio corrupto, por ejemplo, la licitación de un puente, necesita conocer cuál es el costo real del puente en cuestión. Fue por esta razón que comencé a explorar las consecuencias de la asimetría de información entre políticos y contratistas. El problema de este proyecto de investigación, como insistía mi supervisor académico, era la falta de información objetiva sobre los intercambios corruptos. Por obvias razones, los políticos y sus socios prefieren mantener los detalles sobre sus arreglos en secreto.

En 2018, se dio a conocer el escándalo que hoy en día es conocido como “el escándalo de los cuadernos del chofer.” Los detalles son públicamente conocidos. Oscar Centeno, el chofer de un subsecretario del Ministerio de Planificación, había escrito un diario íntimo que detallaba el día a día de la trama de recolección de sobornos que sus jefes recibían por parte de empresarios amigos que se beneficiaban con contratos de obra pública. Los famosos “cuadernos del chofer.”

Inmediatamente decidí leer los cuadernos y ordenar la información en una base de datos. Se trataba de una oportunidad única para explorar de manera sistemática la logística de los intercambios corruptos entre políticos, burócratas y empresarios. Los cuadernos abrían una ventana a un proceso hermético, del que sabemos relativamente poco. La nueva información motivó este artículo que publiqué recientemente sobre las motivaciones detrás de la corrupción.

¿Por qué roban los políticos? ¿Lo hacen para enriquecerse o para financiar gastos políticos (como campañas electorales)? Mi artículo parte de un supuesto. En teoría, la corrupción para enriquecimiento personal y para financiar campañas políticas debería producir patrones distintos alrededor de las fechas de las elecciones. Si los políticos roban para enriquecerse, entonces deberían reducir la cantidad de intercambios corruptos en los que participan a medida que se acercan las elecciones. Esto es así porque cada intercambio corrupto involucra la posibilidad de ser descubierto y el escándalo que esto produciría podría perjudicarles electoralmente. En cambio, los gastos de campaña no pueden posponerse. De este modo, si los políticos roban para financiar su aparato, deberían aumentar su participación en arreglos corruptos a medida que las elecciones se aproximan. La forma de los “ciclos electorales de la corrupción” (si la cantidad de recursos extraídos mediante intercambios corruptos disminuye o aumenta en los momentos anteriores a las elecciones) provee información sobre las motivaciones de los políticos. Los cuadernos de Oscar Centeno, entonces, ofrecían una posibilidad única para aprender sobre la lógica que subyace los intercambios corruptos.

Veamos un poco los datos. El gráfico a continuación muestra la evolución de la cantidad de bolsos de dinero de la corrupción que recibieron los empleados del Ministerio de Planificación entre 2009 y 2015, según la información contenida en los cuadernos. La línea negra muestra la cantidad de bolsos de dinero recolectada por día, las cruces indican entregas de dinero por parte de los burócratas a líderes partidarios y las líneas rayadas rojas indican las fechas de elecciones nacionales.

Analizando esta serie de tiempo, muestro en mi artículo que la cantidad de bolsos recaudados y la probabilidad de entregar dinero a líderes partidarios, en promedio, aumenta en los días previos a las elecciones. Este patrón en los datos es consistente con una explicación en la cual una motivación detrás de los intercambios corruptos es la necesidad de financiar gastos políticos.

Este hallazgo pone en manifiesto un problema, en mi opinión importante, de las democracias. Las elecciones no son un antídoto infalible para la corrupción. En la teoría tradicional sobre la democracia electoral, conocida como la teoría de votación retrospectiva, las elecciones sirven para controlar tendencias corruptas permitiendo a los votantes castigar a los políticos que abusan de su poder. Anticipando la posibilidad del castigo electoral, los líderes políticos, según esta teoría, deberían comportarse honestamente para permanecer en sus cargos. Un conjunto de investigaciones recientes ha mostrado que los votantes no suelen castigar a los políticos en las urnas cuando reciben información sobre su comportamiento corrupto. Los resultados de mí artículo suman a estas observaciones que no solo los votantes son poco propensos a castigar políticos deshonestos, sino que, además, el alto costo de las campañas electorales empuja a los candidatos a buscar fuentes de financiamiento. En ocasiones, los políticos buscan financiamiento ilícito. Si bien los resultados de mi investigación resaltan la corrupción durante el gobierno kirchnerista (entre 2009 y 2015), la opacidad de la financiación en Argentina alcanza a otros partidos. Evidencia de esto es el escándalo de aportantes truchos a las campañas del PRO.

La principal implicancia de políticas públicas de estos resultados es que la solución a los problemas de corrupción requiere pensar seriamente el problema de la financiación de los partidos políticos. En la medida en que los costos de las campañas electorales sigan aumentando, como aparentemente lo vienen haciendo hace años, los partidos tendrán incentivos a hacerse de recursos ilícitos. Si las elecciones no bastan por sí solas para disciplinar a los gobernantes, entonces la solución al problema de la corrupción requiere un debate serio sobre la financiación de las campañas.


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Valentín Figueroa

ValentÍn es estudiante de doctorado en Ciencia Política en Stanford. Se especializa en temas de desarrollo politico

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