Planificar la mitigación y adaptación al cambio climático para prevenir la violencia

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Nos preocupa la crisis climática. Nos preocupan la violencia y el delito. No es frecuente que los pensemos asociados, aunque hay suficientes elementos que los conectan. Por eso, las políticas públicas con perspectiva de desarrollo sostenible deben abordar los dos fenómenos en conjunto para anticiparse a escenarios donde combinados sean más dañinos para las sociedades.

Los cuadros de la película pasan rápido: ya somos testigos del impacto del cambio climático sobre la seguridad humana. Según el informe 2021 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) para nuestra región, en los próximos años estaremos expuestos a fenómenos más extremos: continuarán las sequías extensas, las olas de calor con desastres frecuentes por lluvias intensas y el aumento de las cotas.

En consecuencia, escaseará el agua para el consumo en las zonas más áridas, también impactará en la producción de alimentos, aumentará el consumo de energía en las ciudades, pero disminuirá la producción hidroeléctrica por la continua disminución de las nevadas. Ya tiene consecuencias humanas: durante 2020, las tormentas, inundaciones y sequías provocaron en el mundo tres veces más desplazados que los conflictos violentos. Fueron unos 30 millones de personas desplazadas por el cambio climático, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Los desplazamientos internos redundan en mayor empobrecimiento, debilitamiento de la presencia de políticas de protección social, déficit de servicios públicos y sanitarios, entre otros. Los más afectados resultan mujeres, niñas y niños.

El impacto regional se siente más en las ciudades, en un país y un subcontinente mayormente urbano. La tugurización, la marginación y la institucionalización territorial de mercados ilegales derivan en la fragilidad de los Estados y el incremento de la violencia.

Conectados

Asociar clima y crimen no es una novedad. Si bien no es posible establecer una vinculación mecánica, desde distintos enfoques se advierte que las variaciones de las condiciones ambientales se traducen en más violencia y delitos. Desde la ilustración, pasando por la criminología positivista, las teorías sociológicas del delito y los estudios empíricos contemporáneos, encontramos razones para reforzar distintos argumentos sobre las conexiones entre clima y crimen. Generalizando, hoy podemos ver en los ciclos anuales cómo los delitos violentos aumentan en los meses cálidos y los robos en los fríos. Pero veamos, el problema no se agota ahí. 

Ya en el siglo XIX, el criminólogo clásico Adolphe Quetelet(1) explicó con sus leyes térmicas de la delincuencia que los robos, violencias y los abusos tienen variaciones incrementales según la época del año. La criminología positivista de principios del siglo XX vinculó el entorno ambiental con los comportamientos “peligrosos”, por ejemplo la escuela sociológica de Chicago. Las teorías criminológicas centradas en los individuos pueden explicar qué  espacios deteriorados y sin vigilancia policial por alguna catástrofe son más propensos a ser vandalizados (Teoría de las actividades rutinarias)(2). Por su lado, desde las teorías de la desorganización social(3), sostienen que un desastre climático puede afectar la cohesión social y los mecanismos de sanciones y restricciones facilitando el incremento del delito.

Estudios empíricos(4)(5) han demostrado que en los años más calientes aumentan las tasas de agresiones letales: en las zonas más cálidas hay mayores delitos violentos y en las templadas más robos. Si estimamos que nuestras zonas urbanas tendrán un incremento de la temperatura media de hasta 3 grados, entonces los días de calor se duplicarán y aumentará el tiempo de convivencia en entornos hacinados. Esto, sumado a que la exposición a polución por las sequías y contaminación con gases aumentará, factores que podrían producir estrés, predisponiendo a agresiones(6)(7).

 

Organización ilegal y crímenes ambientales

Asimismo, debemos tener en cuenta el crecimiento de la criminalidad organizada con asiento en las ciudades, pero también los delitos ambientales que impactan en el clima, como incendios forestales intencionales, desmonte, deforestación y contrabando de madera o cereales. Son posibles por déficit en los controles y cooptación del Estado. No hay crimen organizado sin una pata económica y otra pública: dimensiones a contemplar en el abordaje preventivo del clima y la seguridad.

Redondeando: aumento de la temperatura, sequías, inundaciones, tormentas extremas, contaminación del aire, desplazamientos, deterioro de los vínculos y el entorno urbano, escasez de agua potable, déficit energético, inseguridad alimentaria y el consecuente empobrecimiento con una mayor carga sobre los sectores más vulnerados es una acumulación de factores que facilitan la conflictividad violenta.

Las consecuencias del cambio climático y de la violencia vinculada se empiezan a advertir en algunas ciudades andinas por las sequías persistentes y falta de agua o las disputas por tierras fértiles entre grupos nómades y agricultores en la región subsahariana, por ejemplo. Es necesario pensar las políticas públicas desde una perspectiva de desarrollo sustentable, contemplando también esta conexión y articulando el cuidado del ambiente, la reducción del hambre, la pobreza, la seguridad humana y el fortalecimiento de los sistemas democráticos.

Es oportuno comenzar a planificar medidas de mitigación, adaptación y prevención para el cambio climático contemplando en qué dimensiones pueden ayudar a prevenir la violencia y abordando los factores de riesgos que están emergiendo de la crisis. Todas estas líneas de trabajo son posibles si nos concentramos en tener ciudades sostenibles, resilientes e inclusivas.


Referencias bibliográficas

(1) Fueron publicadas en 1833.

(2)  Felson M. y Cohen. L (1979). Social Change and Crime rate trends: A routine activity approach

(3) Shaw C. y McKey H. (1969). Juvenile Delinquency in Urban Areas. The University of Chicago Press.

(4) Rotton J. y Cohn E. (2004). Outdoor Temperature, Climate Control, and Criminal Assault: The Spatial and Temporal Ecology of Violence. Disponible en: https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/0013916503259515

(5)  Mares D. y Moffett K., (2015).Climate change and interpersonal violence: a “global” estimate and regional inequities. Disponible en: https://link.springer.com/article/10.1007/s10584-015-1566-0

(6) Haq G. (2018). Air pollution increases crime in the cities – here´s how. Disponible en: https://theconversation.com/air-pollution-increases-crime-in-cities-heres-how-95975

(7) Bondi M.(2018). Crime is in the air: the contemporaneous relationship between air pollution and crime. Disponible en: https://www.lse.ac.uk/GranthamInstitute/publication/crime-is-in-the-air-the-contemporaneous-relationship-between-air-pollution-and-crime/


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Martin Appiolaza

Magíster en Política y Planificación Social. Docente de postgrados. Director de Prevención, Participación y Derechos Humanos de Godoy Cruz. Ha trabajado en América Latina y el Caribe con gobiernos y organismos internacionales.

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