(Re)pensar las masculinidades en clave feminista

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La situación de confinamiento ha dejado en evidencia lo evidente para el movimiento feminista: existe un espacio en donde las violencias ocurren de una manera sistemática sobre las mujeres. Los datos lo confirman; enfrentamos un panorama en el que muchos de los femicidios y transfemicidios podrían haberse evitado y las estadísticas son contundentes. Según datos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN), en el último año se produjeron 252 femicidios directos en el país, entre los cuales al menos 42 habían denunciado al femicida y el 60% se cometió en la vivienda de la víctima.

Ahora bien, los registros estadísticos suelen centralizar su atención en la visibilización de las niñas, mujeres, lesbianas, trans y travestis asesinadas en contexto de violencia de género o bien en la caracterización de las mujeres en situaciones de victimización. Esto es importante para el diseño de políticas que den respuestas efectivas a personas en situación de violencia de género, pero es central discutir quiénes son los varones que ejercen violencia y qué posiciones se adoptan frente la violencia machista para dar una respuesta integral al problema.

Hasta el momento – en sintonía con las respuestas históricamente ensayadas a los problemas vinculados a la violencia – nos enfrentamos a dos discusiones: ¿qué herramientas ofrecemos por fuera de las respuestas punitivas? Y ¿Cómo construir consensos para invertir en respuestas que no centralicen su atención exclusivamente en las personas víctimas de violencia? Aunque al momento es evidente que no resultan suficientes.

Si asumimos posiciones constructivistas en torno a la producción y reproducción de la violencia, si asumimos que la violencia es aprehendida, entonces es posible des-aprehenderla. No hay respuestas eficaces al problema de las violencias de géneros sin respuestas integrales. Los resultados están a la vista: seis años consecutivos de femicidios que no bajan.

Dentro de las políticas de prevención en materia de violencias de géneros, se encuentran los dispositivos para varones que ejercen violencias. ¿Por qué pensar en políticas de prevención y masculinidades? Porque pensar en clave de masculinidad es pensar en relaciones y administración de poder. Los mandatos son históricos y tienen una trama cultural que conforma el arquetipo de varón: viril, cis, heterosexual, blanco, adulto, protector, proveedor, procreador, entre otros. Y son la exhibición de potencias sociales, culturales y económicas que precisan ser validadas constantemente por otros hombres. Y no mostrar, por supuesto, otro tipo de sensibilidad que no encuadre dentro de esa normalización de un hombre verdadero. Este dispositivo constituye sujetos que afirman su condición frente a los otros dominando a lo diferente, habitando un sistema que se define por la negatividad, por la oposición a la feminidad.

Comprender que el machismo no es sólo una actitud hacia las mujeres e identidades no binarias, sino que se relaciona de manera directa con la construcción de identidad de los varones, donde la violencia constituye una de las formas más destacadas de validación de la masculinidad normativa, y donde la complicidad machista funciona como uno de los mecanismos más comunes para evitar su cuestionamiento.

Sin embargo, centrarse sólo en la impronta de la jefatura masculina sin un enfoque interseccional no permite ver las jerarquías internas de poder. Hay normas de masculinidad y masculinidades que son las que se aproximan en mayor o menor medida a esos mandatos. Las relaciones de desigualdad son diversas y no pueden reducirse sólo al sexo/género, etnia, clase, sexualidad; también juegan un papel importante dentro de la masculinidad y esto es relevante porque es necesario afinar la mirada para ver qué lógicas operan y cómo incidir en mejorar la deconstrucción masculina.

Frente a los femicidios que se cometen cada 23 horas, es fundamental pensar cómo acompañar a los varones denunciados para que registren, reparen y modifiquen sus prácticas y evitar que el feminismo se centre en formas individualizantes, como los escraches, mediante los que se abstrae las prácticas de una sociedad entera y se personalizan en unos pocos.

Recientemente se presentó el Plan Nacional de Acción contra las Violencias por Motivos de Género 2020-2022 que, si bien constituye un avance en esta línea ya que uno de los ejes es la prevención, resulta llamativo que no posea acciones concretas en materia de masculinidades.

Actualmente, en Argentina existen algunos espacios destinados a trabajar con varones violentos como el Centro Integral de Varones (CIV) en la provincia de Córdoba, en Neuquén el Dispositivo de Atención a Varones (DAV), en Rosario el instituto Antecedentes Instituto Masculinidades y Cambio Social.

Puntualmente en la provincia de Buenos Aires, tanto la Defensoría del Pueblo de Ciudad como de la Provincia trabajan este tema y en septiembre se creó la línea “Hablemos”, que asesora y deriva a hombres que ejerzan o hayan ejercido violencia machista. No obstante esto, según datos preliminares del relevamiento llevado a cabo por el Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED), menos de un 15% de los municipios los implementan pese a que son políticas contempladas en el artículo 9 de la Ley 26.485, para prevenir, sancionar y erradicar las violencias contra las mujeres, el cual establece la necesidad de desarrollar programas de “reeducación” o “rehabilitación” para varones. Estos espacios existen, pero de forma dispersa, atomizada y a veces invisible. Sin un trabajo sostenido con los varones desde una perspectiva feminista, difícilmente se podrá prevenir y erradicar las violencias machistas.

En lo inmediato, es posible reconocer algunos ejes que atraviesan este debate. El primero surge del interrogante que plantea si una sanción o una pena resuelve realmente el problema. El segundo refiere a qué hacer frente a un Estado que no actúa o responde de manera insuficiente cuando el entorno no sabe cómo ayudar, las líneas de atención están colapsadas y las fuerzas de seguridad tampoco responden como se necesita.

Hay muchas personas que promueven la sanción penal y están en contra de permitir que se apliquen métodos alternativos de resolución de conflicto. El problema de estas respuestas es que, ante una denuncia, las medidas que implementa la justicia siempre recaen sobre la víctima.

Por supuesto, esto no invalida el hecho de que, en situaciones muy puntuales, la respuesta punitiva sea necesaria, pero no es la mejor opción. Sumado a esto, en la práctica la mayoría de las denuncias penales en materia de violencia de género se archivan. En este sentido, pensar en perspectivas antipunitivistas implica reflexionar más allá del ámbito del derecho penal y el accionar de la justicia, planificar y gestionar tanto discursiva como presupuestariamente políticas que apuesten a lo social, lo colectivo y lo comunitario.

Otro eje de la discusión se centra en la resistencia ante estos dispositivos fundada en el supuesto de que desresponsabilizan y victimizan al varón agresor, al mismo tiempo que revictimizan a la persona agredida. Pero, lejos de ello, se trata de un abordaje integral y no de un victimismo masculino. Implican trabajar para intervenir en todos los frentes de la violencia como problemática relacional. Además, plantear el debate en términos de recursos para víctimas o agresores hace a un lado el hecho de que, para todos los varones que ya ejercen violencia, cualquiera sea el tipo, no hay respuestas efectivas para poder trabajarla, básicamente porque los recursos justamente se orientan a atender a las víctimas. Vale aclarar que esto no significa que las políticas destinadas al trabajo con varones agresores deban ser prioritarias ni absorber recursos necesarios para la atención a personas en situación de violencia, sino que señala la falta y desatención a estos espacios.

No es suficiente para erradicar la violencia machista que las políticas públicas se centren en las víctimas una vez que la violencia está consumada, porque no olvidemos que la efectividad del sistema penal, si es que alguna vez fue efectivo, ocurre una vez realizado el daño.

La efectividad de la metodología implementada en los diferentes dispositivos es otro debate pendiente. Actualmente, las evaluaciones y monitoreos sobre el abordaje que llevan adelante son insuficientes, sumado a que muchos varones sólo asisten para conseguir un certificado que evite una pena y no porque exista un deseo consciente de modificar prácticas. En este punto, necesariamente hay que encarar una política nacional que fortalezca estos espacios y los complemente con campañas y actividades de sensibilización y promoción.

Por último, es importante que los varones cis en general se pregunten qué les pasa con las violencias. Quizás se cuidan de no reproducirlas pero, ¿las frenan? Es fundamental que piensen su actuación a partir del feminismo para hacerse cargo, situándose de manera relacional y no de manera autocentrada. Reconocer los privilegios es un cambio radical, porque implica perder la impunidad y esto claramente puede ser un riesgo porque, al señalar prácticas, se corre el riesgo de perder el lugar en los grupos de pertenencia que a la vez implican lazos afectivos. Pero es necesario que construyan otras formas de socializar y colectivizar con sus pares. Porque lo difícil no está en desaprobar las opresiones de género, la dificultad reside en reconocerse como opresor.

El feminismo también puede y debe ser un devenir constante, haciéndose cargo de la responsabilidad de la deconstrucción y asumiendo la incomodidad de manera colectiva. El marco ofrecido por la Ley de Educación Sexual Integral es una herramienta fundamental como posibilidad de identificar los dispositivos de la masculinidad de manera cotidiana. Y permite construir mecanismos que problematicen las formas de relacionarnos y nos ofrezcan herramientas de cambio.

Es clave el trabajo de individuación, interrogarse por qué los irrita expresar emociones de afecto y vulnerabilidad. ¿Les preguntan a sus amigos como se sienten? ¿Cuándo fue la última vez que lloraron?

Hay muchas herramientas para comenzar desde lo individual y pasar a lo colectivo: más que para construir nuevas masculinidades, para re-significarlas. Pero es importante que se escale de lo individual a lo colectivo. Si no se pasa a un trabajo vivencial, no hay una transformación real y no hay caída del patriarcado posible si no es con personas dispuestas a renunciar a sus privilegios de clase y de género. Es necesario que los varones en general, pero en especial los cis, se animen a habitar la incomodidad, a ser más libres y justos no sólo con ellos mismos sino también con quienes los rodean.


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Ana Montañez

Politóloga feminista (UBA). Maestranda en Políticas Sociales y Urbanas (UNTREF). Especialista en Géneros, feminismos y Derechos Humanos (UNQ). Coordinadora del área de Géneros en el Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED). Integrante del Grupo de Trabajo sobre Feminismos y Justicia Penal en el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP).

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