…y otras falencias de la discusión económica en Argentina.
El péndulo argentino se ha movido nuevamente. Hasta hace pocos años, hablar de economía y de “eficiencia”, traer datos cuantitativos a colación en cualquier conversación, era casi una forma inexorable de ser tildado de neoliberal, lo que era casi una mala palabra. Hoy, el péndulo está en el otro extremo; casi lo único que importa es la economía. Quizá sea la consecuencia inevitable de muchos años de desmanejo económico y de sus consecuencias sobre la población. En cualquier caso, un mayor foco en la economía en un país como Argentina debe ser bienvenido. No obstante, hay al menos cuatro fenómenos de cómo se da la discusión en nuestro país que son preocupantes.
Primero, ocurre un fenómeno al que llamo “el síndrome del economista contador”. Se trata de especialistas que ven a la economía como una cuestión de debe y haber. Fallan en entender que, al fin y al cabo, la economía es una ciencia social. Cada decisión que se toma impacta en el comportamiento de los individuos, y esos comportamientos tienen efectos agregados. Más que nunca, hoy Argentina necesita reducir su déficit fiscal. No hacerlo es insostenible, dada la inexistencia de crédito y la negligencia que implicaría seguir emitiendo dinero en una economía con el nivel de inflación actual. Sin embargo, el objetivo de reducir el déficit fiscal debe encararse desde la perspectiva de los economistas en un sentido amplio. Más allá de las analogías que escuchamos en estos días, un país no es una empresa o un hogar.
Esto nos trae al segundo punto. La discusión se está dando con la economía casi como única disciplina para la toma de decisiones. Mucho más fructífero sería un enfoque que se nutra de la multidisciplinariedad de otras ciencias para diseñar respuestas más idóneas a la situación actual, sin por ello generar retrasos innecesarios. Por ejemplo, la ciencia política puede contribuir a entender las limitaciones institucionales y analizar la factibilidad -en términos de economía política- de algunas de las reformas propuestas. El derecho puede y debe contribuir a entender la legitimidad jurídica de las decisiones. La sociología, por su parte, puede ayudar a entender dimensiones del bienestar social que van más allá de lo material.
El tercer punto refiere a que muchos de los argumentos en las discusiones actuales caen en la categoría de lo que James Kwak llama «economismo«, la idea de que el mundo opera exactamente como se describe en un libro de introducción a la economía. Pero la realidad es mucho más compleja. La información casi nunca es perfecta y los mercados fallan. En casi cualquier curso de introducción a la economía se menciona la historia de Robinson Crusoe para ilustrar algunos conceptos básicos de la disciplina. Pero del mismo modo en que no se puede tomar ese libro de ficción -que además es una economía de una sola persona- para decidir el destino de un país, tampoco se puede simplificar todo fenómeno económico a las reglas básicas de un modelo clásico de economía.
Finalmente, pero no menos importante, hay una tendencia, a veces más preponderante en la oposición, a exagerar el excepcionalismo argentino. Es cierto que Argentina es un país bastante singular. Simon Kuznets, quien ganó el Premio Nobel de Economía en 1971 por su trabajo sobre el crecimiento, ya lo había mencionado: hay cuatro tipos de países en el mundo: desarrollados, no desarrollados, Japón y Argentina. Sin embargo, llevar esta peculiaridad al extremo no puede conducir a ninguna conversación constructiva. En muchos casos, el argumento es usado como una excusa para evitar aprender de experiencias internacionales que, aunque no sean idénticas, pueden ofrecer lecciones valiosas. En otros casos, es un simple recurso para evitar cualquier reforma que toque intereses particulares.
La preponderancia de estos cuatro elementos en la discusión actual puede ser peligrosa y puede simplificar la toma de decisiones de tal manera que la eficacia de las medidas se vea restringida. Hace un tiempo, escribí sobre la necesidad de nuestro país de desarrollar una nueva narrativa que empuje a Argentina en el camino del progreso. Esa narrativa tiene que estar asociada a una idea de desarrollo, crear coaliciones que la apoyen y ser perenne, con la capacidad de adaptarse y seguir funcionando. Aunque las simplifiaciones son necesarias para la construcción de narrativas, creo que la discusión actual no nos está acercando a una narrativa eficaz. La simplificación extrema de la discusión económica solo puede generar desencanto.